Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 7 de julio de 2011

EL EJERCICIO DEL DESCUBRIMIENTO PROPIO

No hay nada más placentero, que mejor resultado de y que de forma más definitiva se fije en la mente que lo que descubrimos por nosotros mismos. Todo el aprendizaje escolar debería estar basado en el descubrimiento. De esa forma, no se olvidaría jamás. El ejercicio de descubrir lleva añadida la plenitud que sentimos al haber llegado a la meta por nuestros propios medios. El camino que recorremos para encontrarla no parece tan duro, ni las dificultades se nos presentan insalvables. Todo se dulcifica cuando logramos encontrarnos con el resultado. Entonces, millones de luces se encienden a nuestro alrededor para hacernos sentir valiosos. Y es que ese es otro sentimiento que nos eleva hacia la excelencia y a la vez, nos fija en la abundancia. Ser capaces de reconocer lo que valemos, lo que estamos dispuestos a hacer o lo que estamos seguros de conseguir si aplicamos nuestro esfuerzo y nuestra capacidad de entrega al objetivo que perseguimos, sea éste cual sea.
También es cierto que lo contrario, no creer en nosotros nos destruye. Y muchas veces esa falta de confianza proviene de una niñez adulterada y dolorosa donde alguien se empeñó en convencernos de que no valíamos para nada o de que lo que decíamos siempre rayaba en la estupidez o de que cualquiera era mejor que nosotros. Posiblemente no lo hiciese con el afán de hundirnos en el mayor de los fangos, pero casi siempre, lo consiguieron. Tal vez, pretendían lo contrario. Remontarnos tras un fracaso por medio de una crítica que removiera la conciencia y repulsivamente actuase de modo contrario. Pero pocas veces una palabra que hiere el alma puede recogerse, ni enmendarse, ni desdecirse. Y el resultado siempre es la tremenda baja autoestima que muchos arrastran desde la infancia. Hay que conocerse a uno mismo, descubrirse y encontrar lo que uno vale; que es sin duda mucho. Y lo será aún más cuando seamos capaces de entregarnos a la tarea más sorprendente y gratificante de cuantas hayamos emprendido: encontrarnos con la persona bondadosa, compasiva y llena de amor que somos. En ese momento, cuando estemos preparados para entregar el tesoro que escondemos…entonces…aparecerá quien sepa recogerlo y hacerlo suyo.

martes, 5 de julio de 2011

TIEMPO DE ESPERA

Solemos tener prisa. Siempre y para todo. Si es tiempo de dolor y pena, deseamos que pase de inmediato y si esperamos la felicidad, no alcanzamos a dar al tiempo su momento de discurrir para llenarnos con lo que no tuvimos. En cualquier caso, todo pasa. No debemos olvidarnos que nada permanece por siempre; que el sufrimiento termina tarde o temprano y que la felicidad también tiene caducidad. No debemos pasar por la vida solo con recuerdos. Nada hay más penoso que reconocer el placer cuando ya ha pasado. Nada peor que tener la sensación de no haberlo dicho todo, de no haber amado lo suficiente, de no haber abrazado, besado o entregado lo mejor de nosotros una vez que nada puede hacerse. Hay que entregarse con intensidad a lo que uno vive, hay que poner pasión en lo hacemos y comenzar a sentir con fuerza que sea lo que sea, lo es por un tiempo limitado.  Todo llega. Todo pasa. Y en ese intermedio nos quedamos ensimismados mirando como corren delante de nosotros las emociones sin rozarlas siquiera. Tememos perder y perdemos con sólo temerlo. Nos cuesta arriesgar e ignoramos lo que nos espera al otro lado de la orilla. Siempre hay alguien que está esperándonos aunque no lo sepa aún. La posibilidad de perder está dentro del juego de la vida. Pero aun perdiendo ganamos la aventura de vivirlo. Y nos queda la espera…la infinita espera de un tiempo mejor que sin ninguna duda se acordará de nosotros. Solamente debemos quedarnos quietos y dejar que suceda. Como si de un manto de estrellas se tratase y cayese sobre nosotros cuando el tiempo es cumplido. No te apures. Si aún no ha pasado es porque no tenía que suceder. Tu deseo será una orden para el universo y todas las coordenadas se dispondrán para envolverte en él…cuando menos lo esperes. Confía. En ti. En todo.

lunes, 4 de julio de 2011

DERECHO A LA TRISTEZA

El equilibrio emocional no se logra instalándose perpetuamente en un solo polo de las emociones. No siempre podemos estar alegres, derrochar felicidad y manifestar plenitud porque la vida nos hace pasar por circunstancias dolorosas que no lo permiten. Tampoco debemos acaparar el desasosiego y beberlo todo de un trago para emborracharnos permanentemente con él. No podemos vivir en las antípodas ni desequilibrar nuestro interior a base de negar lo que en él pasa.
A veces, uno está triste. Tiene ganas de llorar y romper con el mundo. Se cuestiona mil y un porqués que no le parecen justos y disputa, en sus  adentros, batallas sangrientas con lo que parece azotarle en exceso. Hay circunstancias en las que la tristeza es la salida natural para no enloquecer. Y así hay que vivirlo. La postura estúpida de la sonrisa perpetua, pase lo que pase o esa alegría inapropiada asumida como vestimenta, suceda lo que suceda, no tiene sentido.
Hay que dejar que fluya hacia el exterior la amargura si se presenta. Llorar, si es preciso. Frotar con rabia nuestros ojos, dejar que rueden las lágrimas y sacudir la pena. No hacerlo así es colocar una bomba de relojería en las entrañas que tarde o temprano explota sin avisar. Y lo hace sin consultar qué va a estropear. Lamentablemente siempre mina la salud. Emociones y enfermedades van ligadas en la mayoría de los casos. La psique incide en lo somático para modificarlo a su antojo y canalizar el exceso de emociones negativas. La ira, el rencor, la agresividad contenida…y todo un cúmulo de malestares del alma trabajan sin cesar sobre lo orgánico para escapar así del espíritu y liberarse en el cuerpo. Por eso, si tenemos ganas de llorar hagámoslo. Si nuestro impulso es gritar nuestro malestar, manifestémoslo. Todo menos dejarlo dentro, ni arrojarlo a los demás. Eso sí, después de aligerar nuestra pena externalizándola, vayamos al baño, lavémonos la cara con agua muy fría, arreglemos nuestro cabello y mirémonos al espejo. Somos los mismos pero habremos mejorado infinitamente y nuestro interior se habrá serenado por un tiempo. Poco a poco, olvidará que necesita llorar siempre por lo mismo y acabaremos dejándolo ir.

viernes, 1 de julio de 2011

DEPRESIÓN ENDÓGENA

DEPRESIÓN ENDÓGENA
La vida es un continuo aprendizaje. Uno cree que en la edad en la que se encuentra ya sabe casi todo, pero se confunde. Cada día nos sorprendemos a nosotros mismos reaccionando de forma diferente ante sucesos imprevistos e incluso, situaciones que ya habíamos vivido con anterioridad, se muestran caprichosamente variables y nos desconciertan. Solemos subirnos a nuestro ego y pensar que nadie va a darnos lecciones, que hemos sufrido demasiado para que otros vengan con su palabrería a desfondar lo que conocemos en carne propia. Tendemos a menospreciar al que consideramos menos que nosotros y a obviar el aprendizaje que puede conllevar el contacto con cualquiera de nuestros semejantes. Todos enseñamos a todos y todos aprendemos de los demás. El interés por entender mejor el mundo, la curiosidad por mejorarnos continuamente o el asombro de conquistarnos cada día un poco más es la llave que abre la puerta a una mente siempre dispuesta a ir más allá, a perderse en el frenético empeño de seguir activa siempre…en definitiva a alcanzar ese estado en el que no se muere nunca, mientras se vive.
Si logramos enamorarnos de la vida, ser su compañero/a más entusiasta, enredarnos en sus retos y besar el día a día como una nueva oportunidad para ser felices estaremos en el camino de lograrlo. Para ello debemos revisar las metas que hay en nuestro futuro inmediato; porque ante todo uno siempre debe tener un objetivo al que aspirar, una meta por la que luchar o un reto que alcanzar. Sea del tipo que sea. Tener claro lo que uno quiere conseguir a corto plazo, motiva y da razones para continuar. Las metas deben ser claras, posibles y no excesivamente dilatadas en el tiempo. No debemos perder la ilusión por continuar siendo valiosos. Pero en muchas ocasiones ese sentimiento de valía llega cuando nos dedicamos a otros. Cuando lo que hacemos sirve a los demás. Cuando tenemos la inmensa satisfacción de ayudar para ser ayudados. No cabe estar deprimido sin motivo porque entonces debemos ponernos en marcha y actuar. Debemos entregarnos a remediar las penas del otro y nos daremos cuenta que las nuestras son insignificantes al lado de las desgracias de otra gente. El contacto con los demás, la ayuda que podamos darles y su infinito cariño hecho con palabras, miradas o contactos, nos sana. No hay duda. Estamos hechos para compartir. Evolutivamente nuestra especie ha sido capaz de llegar al desarrollo que hoy tenemos gracias a la empatía y la compasión. Pilares, sin duda, de lo genuinamente humano. Seamos capaces de ponernos siempre en el lugar del otro y haciéndolo así llegará muy fácilmente la ternura de comprenderlo. En este estado, cualquier depresión huye al instante.