Todos queremos ser felices. Lo buscamos a cada paso. Iniciamos
caminos nuevos, emprendemos otras tareas, cambiamos de vida, de amigos o de
rutinas siempre con el mismo fin: ser más felices. Parece que es algo que nos
falta siempre. Nunca sobra la felicidad.
Posiblemente la
busquemos tanto porque la definimos mal. Ni en tiempos, ni en espacios, ni en
gentes, ni en cosas que podamos poseer, está. El solo pensamiento de poseerla
la desvirtúa y se escapa entre los dedos sin poderla retener.
La felicidad es un
estado interior que a veces identificamos con la alegría, pero que no coincide
con ella. Puede contenerla, de hecho cuando estamos alegres somos felices, pero
no al revés. Podemos ser felices sin experimentar los signos comunes del
contento.
He llegado a la conclusión de que ponemos unas expectativas muy
dilatadas en lo que llamamos felicidad. Anchas, largas, intensas, arrebatadoras
capaces de inmolarnos en una especie de espiral de gozo que pretendemos
mantener siempre, pero que siempre, también, se nos presenta como una quimera
nunca satisfecha.
El estado interior de la felicidad se relaciona más con la paz
propia. La sencillez, el estar libre de ataduras de lo deseable imponderable,
la serenidad de pasar por la vida y las situaciones sin hacer demasiado ruido
casquivano.
A veces, la felicidad está en dar; en darnos. De ahí que las
personas que se dedican a los demás, en cualquiera de sus formas, sientan que
son felices. Es como si al repartir lo que uno tiene, lo que puede hacer o la
ayuda que pueda aportar se duplicase la sensación de sentirnos bien con
nosotros mismos. Estar en paz. Estar en el centro de nuestro ser.
Lo cierto es que cuanto más rellenemos el concepto de “felicidad”
más difícil será llegar a él.
Tenemos demasiadas expectativas en todo, en los demás, en las
situaciones, en lo que está programado, en lo que vamos a conseguir, en lo que
deben de darnos.
Esperamos, siempre esperamos que todo nos vaya mejor. En el futuro,
más tarde, después.
La sensación de elegir lo que nos haga sentir bien es lo que se
acerca a la felicidad.
Habrá que hacer una revisión de todo nuestro pequeño universo de
deseos para seleccionar aquellos posibles, los que sobre todo dependan de
nosotros y serenarnos en los logros.
Todo será más fácil.
Todo es más sencillo.
LA FELICIDAD NO ES. YA ESTÁ.
El estado interior de la felicidad se relaciona más con la paz propia. La sencillez, el estar libre de ataduras de lo deseable imponderable, la serenidad de pasar por la vida y las situaciones sin hacer demasiado ruido casquivano.
ResponderEliminarse lucen mis dulces angelitoss, ay que felicidad! muchas gracias! abrazos de oso, se cuidan mucho,... que hermoso lo que escribieron!
Un placer tenerte aqui en la misma sintonía. Un abrazo*
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