Hay gente que se pasa la vida
contando cuentos. Otros se inventan los que no existen y algunos viven de ello.
Todos nos contamos cuentos alguna
vez. Cuando éramos pequeños nos encantaba escuchar cuentos porque de alguna
forma, en esos momentos, huíamos de la realidad y vivíamos otra que siempre nos
gustaba más.
Hemos crecido y los cuentos no los
hemos dejado. Sustituimos a la persona que se encargaba de narrarles por
nuestra propia mente y seguimos haciendo creer a los demás y a nosotros mismos
que efectivamente la realidad siempre es distinta a como la vivimos.
En los cuentos siempre hay
personajes nobles, sinceros y bondadosos; otros malvados y demoledores; y unos
terceros que ejercen un papel de mediadores para recordarnos que nada es tan
blanco ni tan negro; que existe el gris.
Lo peor de los cuentos es que en
ellos hay una especie de engaño. Siempre hay un final feliz. A los malos se les
castiga o, al menos, no se salen con la suya. Y los protagonistas siempre
enseñan una lección en la que salen beneficiados, ellos y los demás.
La vida no es así. Por muchos
cuentos que nos cuenten, los finales casi nunca son felices y las lecciones no
son duras solamente para el que lo hace mal, sino que las consecuencias se expanden
como el aceite a los de al lado.
En este relato infinito que es la
existencia, la narración más importante es la que nos contamos a nosotros
mismos. Nos contamos historias y cuentos en los que nos perdonamos o en los que
nos condenamos.
Rumiamos una y otra vez el mismo
trozo de pastel y lo saboreamos de tantas formas que terminamos no
distinguiendo su sabor.
Es muy importante el cuento que
nos contamos a cada instante. Víctimas o verdugos; uno de los dos papeles que
nos toca ejercer sin remedio y en el que arrastramos a mucha gente de
alrededor.
Posiblemente sea bueno revisar
cada noche que cuento nos hemos contado ese día. A quienes hemos hecho brujas o
hadas, verdugos o príncipes. Posiblemente, también, no esté de más poner más de
un final a nuestras historias.
Contar cuentos no es malo, siempre
que sepamos que un cuento es lo que es y nunca más, ni nunca verdad. Eso sí,
puede servirnos para seguir viviendo con cierta despreocupación una vida que de
otro modo nos colocaría en un lugar del que queremos escapar.
¿Y qué cuento te cuentas tú hoy?
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