Me
gustan las tormentas de verano. Es como si una explosión de frescor se
apoderase del ambiente y el inconfundible olor a tierra mojada invadiese cada
poro de la piel.
Posiblemente,
ese chaparrón infernal que moja hasta los huesos sea una descarga de furia del
cielo, una rabieta llorona que deja paso a un nuevo sol.
Es
necesario el sabor de los contrastes. No sería tan feliz la felicidad sin
sufrimiento, no sería tan caluroso el sol sin las nubes que lo ocultan, ni tan
blanca la nieve sin las manchas oscuras de las pisadas que dejan las huellas.
Me
gustan las tormentas de verano más que las goteras del duro invierno. Son
chaparrones que juegan a cambiar el rumbo del tiempo, a comenzar de nuevo, a
apreciar el frío cuando el calor aprieta, a desear “otra cosa” diferente, a no
perder el entusiasmo por lo que se vive.
Generalmente
deseamos lo que no tenemos, pero ¿qué sucede cuando es presa de nuestro
dominio? Que volvemos a desear pero esta vez algo distinto.
El
deseo se renueva perpetuamente. Lo que verdaderamente es un logro es no salirse
del objeto de deseo, permanecer en su centro aunque los aires cambien. Saber
estar amarrado al entusiasmo de lo que se quiere para movernos al vaivén de lo
que se ansía.
Las
tormentas de verano sacuden los trigos. Doblan espigas, hacen surcos en la
tierra, dejan corren el agua libremente en el diminuto lecho del lodo
reblandecido.
Amenazan
pérdidas.
Eso, la posibilidad de perder…es lo que sacude
el alma.
Nada
tan terrible como cuando ves que algo puedes perderlo o estás a punto de
hacerlo; nada tan fatal como cuando alguien se va de tus manos o se está yendo…
Sería
magnífico no tener que llegar a ese punto para valorar. Sería deseable poder
escuchar el pulso del corazón sin tener que negociar con la posibilidad de la
marcha. Sería delicioso mantener la pasión en estado puro en el centro de sí
misma, intacta desde el inicio, con la sola conciencia de que es lo que nos da
vida sin necesidad de presenciar la cercanía de su muerte.
Me
gustan las tormentas de verano porque me hacen salir de la apatía del “todo
sigue bien” sin saber si es así en realidad.
La
vida nos pone a prueba muchas veces. Nos engancha a circunstancias que no
buscamos y nos enreda en situaciones que resbalan para ver cómo nos levantamos
de nuevo.
Aquí,
con el calor infernal de una tarde de julio…reivindico las tormentas de verano
que refrescan el alma.
Ojalá
empecemos esta semana con gotas de lluvia fresca sobre la cara y con un suave
viento de esos que mientras secan acarician.
Seguro
que podremos respirar profundo y decir para nuestros adentros:
¡ Qué dulce olor
a tierra mojada!
Me encanta el olor a tierra mojada. Ese aroma que nos deleita cuando estamos al borde de la "muerte" emocional..., una palabra amorosa, un roce sentido, una expresión de afecto, cualquier sensación que aporte humedad en nuestros ojos, en la boca, en el cuerpo..., flexibilidad en la garganta, ligereza en el cabello, y ese olor corporal que nos delata como seres vivos. Delicia la tierra mojada, que algún gurú pidió al cielo en nuestro nombre...
ResponderEliminarQué buena reflexión la tuya en estos días de calor y sequía...
Gracias Xara!...necesitamos sentir el frescor de la vida renaciente sobre nuestra piel... tras la tormenta y durante ella!...que las lluvias pasajeras traigan nuevos soles que sigan alumbrándonos!
ResponderEliminarUn beso