Una de las situaciones que empobrecen
más a la persona es vivir los sueños de otro. Haber cedido los nuestro, no
tenerlos o habernos apropiado de los de otra persona por creerlos mejores, más
importantes y con más capacidad de empoderar nuestras expectativas.
He comprobado que las personas que
viven con miedos y frustraciones continuadas se pasan la vida dependiendo de
las opiniones de los demás y de su aprobación. Es como si precisaran un asidero
donde agarrarse aunque éste signifique su anulación.
La
codependencia, a veces, se convierte en adictiva y nos entrega un falso efecto
de gratificación cuando nuestra responsabilidad descansa en la persona de al
lado. Con frecuencia, en estos casos, estas personas ceden el control de sus
emociones y sobre todo, de sus decisiones. Lo peor es que ponen demasiadas
expectativas en el otro, que nunca se llegan a cumplir, y de nuevo la rueda del
fracaso parece engullirlos.
Si no damos prioridad a nuestros
sueños, vamos a vivir los sueños de otros. Posiblemente, las personas
codependientes se entreguen demasiado a los demás y se diluyan en esa concesión
incondicional. En el camino dejan la libertad personal colgada del olvido y se
enganchan al tren que otros dirigen para
evitar descarrilar con el propio.
Cuenta
la fábula de Esopo que había una zorra que estaba saltando sobre unos
montículos. De pronto estuvo a punto de caerse y, para evitar la caída, se
agarró aun espino. Pero las púas de la planta le hirieron las patas y le
produjeron mucho dolor. Entonces dijo al espino:
-¡He
acudido a ti a por ayuda, pero me has herido!.
A
lo que el espino respondió:
-¡Tú
tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí!. Bien sabes lo bueno que soy para
enganchar y herir a todo el mundo, ¡y tú no eres la excepción!.
Cuando al igual que la zorra de la
historia sentimos que no podemos enfrentarnos solos al mundo y, por miedo a
caernos, nos aferrarnos a otra persona y la convertimos en un salvavidas o una
muleta, tarde o temprano vamos a terminar heridos.
No cabe duda que todo apego tóxico
acarrea sufrimiento y dolor. Esto no solamente sucede con personas, sino
también con lugares, circunstancias, creencias o costumbres. Cada uno de ellos
funcionará como una muleta interior que tarde o temprano se quebrará.
El
problema no radica en el objeto o sujeto al que te apegas; está en la mente de
cada uno por lo tanto un simple cambio de perspectiva bastará para cambiar
nuestra posición y correlativamente nuestros sentimientos de dudas e
inferioridad.
Lo
importante no son las veces que caemos en el camino, lo definitivo es la
voluntad de seguir levantándonos, una y otra vez, sabiendo que los apoyos deben
ser agradecidos como tal pero nunca convertidos en la vía de servicio en la que
únicamente caminaremos a partir de entonces.
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