Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 3 de enero de 2014

LOS SUEÑOS DE OTROS



         Una de las situaciones que empobrecen más a la persona es vivir los sueños de otro. Haber cedido los nuestro, no tenerlos o habernos apropiado de los de otra persona por creerlos mejores, más importantes y con más capacidad de empoderar nuestras expectativas.
         He comprobado que las personas que viven con miedos y frustraciones continuadas se pasan la vida dependiendo de las opiniones de los demás y de su aprobación. Es como si precisaran un asidero donde agarrarse aunque éste signifique su anulación.
La codependencia, a veces, se convierte en adictiva y nos entrega un falso efecto de gratificación cuando nuestra responsabilidad descansa en la persona de al lado. Con frecuencia, en estos casos, estas personas ceden el control de sus emociones y sobre todo, de sus decisiones. Lo peor es que ponen demasiadas expectativas en el otro, que nunca se llegan a cumplir, y de nuevo la rueda del fracaso parece engullirlos.
         Si no damos prioridad a nuestros sueños, vamos a vivir los sueños de otros. Posiblemente, las personas codependientes se entreguen demasiado a los demás y se diluyan en esa concesión incondicional. En el camino dejan la libertad personal colgada del olvido y se enganchan al tren que otros dirigen  para evitar descarrilar con el propio.
         Cuenta la fábula de Esopo que había una zorra que estaba saltando sobre unos montículos. De pronto estuvo a punto de caerse y, para evitar la caída, se agarró aun espino. Pero las púas de la planta le hirieron las patas y le produjeron mucho dolor. Entonces dijo al espino:
-¡He acudido a ti a por ayuda, pero me has herido!.
A lo   que el espino respondió:
-¡Tú tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí!. Bien sabes lo bueno que soy para enganchar y herir a todo el mundo, ¡y tú no eres la excepción!.
         Cuando al igual que la zorra de la historia sentimos que no podemos enfrentarnos solos al mundo y, por miedo a caernos, nos aferrarnos a otra persona y la convertimos en un salvavidas o una muleta, tarde o temprano vamos a terminar heridos.
         No cabe duda que todo apego tóxico acarrea sufrimiento y dolor. Esto no solamente sucede con personas, sino también con lugares, circunstancias, creencias o costumbres. Cada uno de ellos funcionará como una muleta interior que tarde o temprano se quebrará.
El problema no radica en el objeto o sujeto al que te apegas; está en la mente de cada uno por lo tanto un simple cambio de perspectiva bastará para cambiar nuestra posición y correlativamente nuestros sentimientos de dudas e inferioridad.
Lo importante no son las veces que caemos en el camino, lo definitivo es la voluntad de seguir levantándonos, una y otra vez, sabiendo que los apoyos deben ser agradecidos como tal pero nunca convertidos en la vía de servicio en la que únicamente caminaremos a partir de entonces.

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