El
día de cada uno no es el de nuestro santo, ni aquel en el que hemos nacido, ni
siquiera coincide con fiestas, onomásticas o celebraciones determinadas. El día
nuestro es aquel en el que decidamos sentirnos bien, donde instalemos la
tranquilidad y elijamos lo que verdaderamente nos gusta.
Un día en el que todo esté a nuestro
favor, dónde estemos rodeados de lo que nos llena de felicidad, en el cual nos
podamos dar un capricho y en el decidamos cada una de las acciones que vayamos
a protagonizar.
Nada hay más placentero que dedicarnos
un día a nosotros mismos. Un día en el que seamos nuestros propios amantes, en
el cual estén prohibidos los enfados, las malas caras y las expresiones de
desagrado. Un día especial, en el cual, lo más exclusivo que haya lleve nuestro
nombre y apellidos.
Este día puede ser compartido o podemos
vivirlo en solitario. Si lo compartimos, hemos de hacerlo con una persona
especialmente afín a nosotros. Alguien que nos llene de gozo, un ser con el que
sintamos que la vida se mejora y que con su presencia todo prospera. Si por el
contrario, lo vivimos en solitario hemos de dialogar con nuestro interior, preguntarle
por lo que quiere hacer y dejarnos llevar por la necesidad de sentirnos bien.
Deberíamos reservarnos un tiempo
nuestro, un espacio y un lugar. Y deberíamos hacerlo antes de final de año si
no lo hemos hecho aún. Posiblemente sea un buen momento para hacer balance de
lo que hemos vivido durante los 365 días que están cercanos a terminar. Tal vez
también, podamos encontrar razones nuevas para plantear el año que comienza o
rescatar el aprendizaje que nos ha dejado cada una de las dificultades que
hemos vivido, las luchas en las que hemos participado o los errores y las
equivocaciones a los que nos hemos sometido.
No es mal momento para decir a todos
que se arreglen solos por un día, que tenemos una cita con nosotros mismos
ineludible y que de ella depende que sigamos adelante con la fortaleza
necesaria para seguir regalándonos con lo mejor que somos.
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