Unas personas se prodigan más que otras. Hay gente que pasa desapercibida, porque quiere pasar, porque no le gusta destacar o porque su timidez se esconde detrás de una inteligencia silenciosa que apenas se nota.
Otras, son todo lo contrario. Prefieren que hablen de ellas aunque sea mal. Les gusta la notoriedad; la necesitan para revalidarse y empoderar su ánimo.
Para mí, no es criticable ni una cosa ni otra. Unos no molestan y otros divierten, a veces. De cualquier modo, ambos tipos de persona tienen, posiblemente, tras de sí una biografía que explica sus comportamientos tanto como su forma de ser.
Lo realmente penoso es la invisibilidad de las emociones, sobre todo cuando estas hacen daño a la persona.
En muchas ocasiones, estamos junto a amigas/os, compañeras/os, familiares…y no sabemos los sufrimientos que llevan dentro. Ni atisbamos su dolor ni el calvario por el que están pasando. Muchas veces, somos ciegos y sordos en estos temas. Y el sufrimiento campa a sus anchas junto a nosotros sin enterarnos.
Es cierto que no es fácil ayudar a quienes lo llevan tan dentro. A veces, aunque te percates de ello no te dejan pasar más allá de los límites de su miedo, su angustia o su debilidad. Otras, no somos capaces de conectar con la manera de estar junto a ellas con una escucha receptiva, donde no oigamos para responder, sino para comprender. Eso solo es ya suficiente y alivia el peso del dolor del otro.
La mayoría de las ocasiones, no se necesita más. Que te escuchen, que te cojan la mano, que te miren a los ojos y que sepan que estás ahí, entendiendo lo que le está pasando, apoyando sus decisiones, resistiendo a su lado.
Todo pasa. El tiempo todo lo acomoda. Solo hay que esperar y mientras tanto, saber que hay personas que te quieren, que están junto a ti y que, sobre todo, comprenden tu historia como tú la vives, porque es muy fácil opinar cuando no llevas puestos los zapatos del otro, ni tienes que dar sus mismos pasos.
Acompaña. Escucha. Comprende. Transmite tu afecto. Eso es suficiente para reconfortar su alma.
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