Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 14 de enero de 2021

EL ARTE DE LA PERSUASIÓN

 

Una de las habilidades más útiles con las que podemos contar, bien dirigida, es la persuasión. Vencer sin combatir. Convencer venciendo. Derrotar la voluntad aún sin exponerse en la batalla. Someter, sojuzgar, dominar las situaciones a nuestro favor sin tener que recurrir a la confrontación.

          Así se presenta; ligeramente, como si del vuelo de una pluma se tratase o una brisa suave pasase delante de nosotros llevándonos detrás de su aroma. Tan sencillamente como declinar el ánimo a favor del otro sin saber siquiera que, muchas veces, vamos en contra de nosotros mismos.


 

          Hay personas muy habilidosas en el arte de persuadir. En él, todo cuenta. La mirada sigilosa, los gestos impredeciblemente sutiles, las pocas palabras pero bien elegidas, el tono de voz y hasta la forma de moverse. Todo un plan dispuesto a lograr un único objetivo: rendir a la presa y disponer su voluntad al antojo del persuasor.

          Es cierto que, bien empleado, este arte puede lograr conquistas magníficas si la finalidad última lo merece. Mal empleado puede suponer un auténtico caos para las personas, dirigentes u oponentes sometidos.

          Una de las técnicas que sirven, generosamente, a este arte, es la de dar siempre y a todos la razón. Algo que no puede sostenerse en un comportamiento honesto. Pero, en este caso, sirve de complacencia generalizada de la cual, el persuasor, obtiene lo que desea sin contravenir a nadie.

Algo que tarde o temprano se acaba descubriendo.

No se puede dar gusto a todo el mundo. En realidad no lo pretende quien así lo hace. Y no lo consigue aunque la victoria sea momentánea.

Veamos este breve cuento, al respecto.

“…El Mulah fue nombrado juez. Durante su primer caso, el demandante expuso con tanta persuasión que le hizo exclamar: “¡Creo que usted tiene razón!”
El secretario del tribunal le rogó que demorara su decisión, pues el acusado no había depuesto aún.
Nasrudín se sintió tan conmovido por la elocuencia del demandado que al terminar éste su defensa exclamó: “¡Creo que usted tiene razón!”
El secretario no podía aceptarlo: “Vuestra señoría, ambos no pueden tener razón.”
- ¡Creo que también usted tiene razón! -dijo Nasrudín.”

 

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