Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 26 de marzo de 2018

EL ARTE DE SABER ESCUCHAR


Cada vez estoy más convencida de que en vez de reaccionar compulsivamente ante lo que nos molesta, sería conveniente expresar lo que nos sucede e indicar lo que necesitamos. Si el otro logra comprendernos será más fácil evitar el enfrentamiento o si entramos en él, hacerlo de forma suave y compasiva.






A veces, con que nos escuchen es suficiente. Otras lo es con saber escuchar, que es la tarea menos ejercitada y la más difícil para nosotros. 

Cuando alguien nos cuenta algo que le preocupa o que le ha sucedido, lo primero que hacemos es no dejarle terminar. Nos abalanzamos sobre sus palabras para sobreponer las nuestras. Su conversación es un “pretexto” para nuestro monólogo en el que cuantificamos el contenido de lo que hemos escuchado y siempre salimos ganando. Si la persona tiene un dolor en un brazo, nosotros tenemos en el brazo y en la pierna; si se le han operado de varices, a nosotros dos veces.

Saber escuchar se convierte en un arte muy necesario, no sólo porque le ofrecemos al otro la apertura de nuestro corazón como recipiente amable donde poder depositar sus penas, angustias o frustraciones, sino porque a través de ello nos abrimos a la intimidad que nos comparte y podemos ayudarle aunque solamente sea enviándole nuestro buenos deseos de resolución.

Tener a alguien junto a ti para que escuche las palabras que te liberan es un acto compasivo de plena bondad.

Veamos este breve relato:

-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor; solicito permiso para ir a buscarlo- dijo un soldado a su teniente.

-Permiso denegado-replicó el oficial.- No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente haya muerto.

El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido transportando el cadáver de su enemigo.
El oficial estaba furioso.

-¡ Ya le dije yo que había muerto!.! Ahora perderé a dos hombres!. 
Dígame, ¿valía la pena ir allá para traer un cadáver?

Y el soldado, moribundo, respondió.

-¡ Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme:

“ESTABA SEGURO QUE VENDRÍAS”

(Autor desconocido)


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