Uno
a veces quisiera darlo todo por otra persona. Quisiera coger una estrella, encender
el sol, mimar la luna, gozar la noche y disfrutar el día.
Uno
quisiera manejar la brisa fresca del mar para envolverla con un lazo y suavizar
el calor de otra mirada ansiosa.
Uno
quisiera regalar sonrisas y brillos de nácar para alegrar el paso de quien nos
sorprende con su presencia.
Y
uno…llega a hacerlo. Lo vive, lo goza, se regocija y quiere hacer feliz. Pero
la curva siempre lleva la misma trayectoria.
De
querer coger una estrella pasamos a ver si no la pisamos, y de encender el sol
pasamos a apagar la luna.
Si
se asciende muy rápido se cae antes y con peor golpe.
La
adrenalina es la pasión del ser humano, por eso “hacer locuras” nos gusta tanto.
Locuras pequeñas que son la sal de la vida y locuras grandes que son la gloria
inoculada en macro dosis. Pero los ciclos marcan un principio que se toca con el fin.
Todo
lo que asciende cae sin remedio. Una ley de la gravedad que cuando afecta al
corazón nos sentimos hundidos en las profundidades de la sima más angosta.
La
buena noticia es que el ciclo se renueva, y otra vez querremos alcanzar una
estrella con más ímpetu si cabe, porque cada una que se coge es una menos
disponible la siguiente vez.
¿Has
cogido la una alguna vez? ¿Para ti?¿Para regalar? ¿Para volver a iluminar?.
Hay
muchas…inténtalo otra vez.
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