Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 21 de abril de 2016

AGUA SALADA; LÁGRIMAS DULCES



Cuando hay que llorar se debe llorar. Mucha gente quiero ocultar las lágrimas o que ni salgan. Tenemos vergüenza o nos sentimos mal. Posiblemente nos lo han enseñado así. Nos han dicho que hay que ser fuertes, que no se debe llorar, que es de débiles o de niñas. Todos sinónimos ilógicos e inadecuados.

Llorar despeja el alma y deja salir la angustia. Es un excelente ejercicio para  abrir ventanas y airear la casa que llevamos puesta. Nunca es motivo para sentirse mal, más bien al contrario. Cuando lloramos dejamos salir la pena, empujamos la desazón al exterior y permitimos que ruede la angustia que nos ahoga dentro.

Las lágrimas también pueden ser dulces. He llorado de emoción muchas veces. Son lágrimas de agradecimiento a la vida o al instante que se vive en ese momento. 

Siempre son la expresión de un sentimiento poderoso, leal y sincero. Cuando se llora se está siendo justo con lo que se siente. Se está atendiendo a una necesidad imperiosa de atendernos a nosotros mismos. Demasiadas veces atendemos a todos los demás mientras nosotros somos invisibles ante nuestros ojos.

Es, en definitiva, una llamada de atención que nos sacude y empuja desde dentro; que nos señala lo mucho que nos hemos dejado de lado durante un tiempo y lo que nos falta por amarnos.
Llora y cálmate. Después, relájate, quiérete y mímate.

No sería tan sereno el momento de después de las lágrimas si no existiesen éstas. 

Algo se va con ellas, la pena…la tristeza…o ese nudo en el estómago que nos impide sonreír.

Puede que después de llorar el motivo de las lágrimas continúe con nosotros, pero la sensación de descarga nos ayudará a ver con más claridad lo que ni con luz se nos aclara.
  


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