Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 24 de mayo de 2015

VIAJE A ÍTACA



(Domingo anterior)

(…) Subí al escalera rápidamente pero lo que fuese aquello iba tras de mí. Mientras golpeaba fuertemente la puerta algo comenzó a morder mis pantalones. Sacudía mis piernas como si se tratase de baile diabólico.
Aquello se había pegado a la pata de mi pantalón y se volteaba con el vaivén de las sacudidas de mis extremidades.
.-¡Por dios abridme la puerta!. ¡Socorro, por caridad!. A lo lejos se oía la animada charla del viejo matrimonio que seguramente no estaba dispuesto a ahorrarme ningún sufrimiento. (…)

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24_05-2015
 
No sé cuánto tiempo pasé allí. Rodeado de chillidos infernales y de alimañas que tiraban de mi pantalón intentando escalar por él. De pronto todo oscureció dentro de mí. No supe más.

Me desperté sin noción del tiempo en la cama de un hospital. Abrí los ojos sin recordar nada. ¿Por qué estaba allí?¿Me habría sucedido un accidente?¿Sería una enfermedad o alguna operación la que me mantenía allí postrado?.

Intenté moverme para avanzar en la escasa visión que tenía desde aquella posición. Rápidamente un dolor agudo me taladró el costado. Me toqué el lateral derecho de mi cuerpo notando un grueso vendaje que acompañaba a aquel insoportable dolor.

Alargué la mano para alcanzar el mando de aviso a las enfermeras pero no puede cogerlo. Me dolía todo el cuerpo. Uno de mis brazos estaba atado a un lateral de la cama lleno de cables y apósitos que me conectaban  a una máquina. ¿Qué era todo aquello?.

De repente, entró alguien en la pequeña habitación en la que estaba solo. Era una enfermera de avanzada edad. Gruesa y gesticulosa. Su cara se desprendía de un ceño fruncido en el cual se encerraban dos ojos apenas abiertos. Una boca pequeña y de finos labios, comenzó a emitir palabras sin sentido en tono militar.

No hablaba mi idioma. No entendí nada de lo que dijo pero sus gestos parecían ordenar que me colocase al extremo de la cama.
Arrastraba un carrito metálico lleno de frascos chorreteados de tinturas diferentes. Gasas, tijeras y otros materiales de curas se amontonaban unos sobre otros descocadamente.

Sentí su fría mano en aquella parte dolorida que aparecía inflamada. De un tirón, rasgó los vendajes con los que se cubría la herida. Grité profundamente a lo que ella respondió con una orden contundente mientras movía su mano izquierda.

No dije nada a partir de entonces. Me limité a morder las sábanas que apenas llegaban a cubrirme el pecho. Ella procedió a curar aquella herida que me escocía tanto.

Sin demasiado cuidado untaba la piel de arriba abajo con algún líquido de olor fuerte y ácido. Cada vez que frotaba aquel  hisopo contra ella, algo raspaba produciéndome un dolor insoportable.

Comprendí que era una larga abertura. Me habían operado.
Comencé a recordar aquel oscuro sótano y la forma en la que aquel matrimonio siniestro me había tratado. ¿Serían ellos los responsables del accidente?¿Era en realidad un accidente lo que me tenía postrado en esa habitación? ¿Qué me había sucedido?.  
 (…)



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