(Domingo
anterior)
(…)
Subí al escalera rápidamente pero lo que fuese aquello iba tras de mí. Mientras
golpeaba fuertemente la puerta algo comenzó a morder mis pantalones. Sacudía
mis piernas como si se tratase de baile diabólico.
Aquello
se había pegado a la pata de mi pantalón y se volteaba con el vaivén de las
sacudidas de mis extremidades.
.-¡Por
dios abridme la puerta!. ¡Socorro, por caridad!. A lo lejos se oía la animada
charla del viejo matrimonio que seguramente no estaba dispuesto a ahorrarme
ningún sufrimiento. (…)
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24_05-2015
No
sé cuánto tiempo pasé allí. Rodeado de chillidos infernales y de alimañas que
tiraban de mi pantalón intentando escalar por él. De pronto todo oscureció
dentro de mí. No supe más.
Me
desperté sin noción del tiempo en la cama de un hospital. Abrí los ojos sin
recordar nada. ¿Por qué estaba allí?¿Me habría sucedido un accidente?¿Sería una
enfermedad o alguna operación la que me mantenía allí postrado?.
Intenté
moverme para avanzar en la escasa visión que tenía desde aquella posición.
Rápidamente un dolor agudo me taladró el costado. Me toqué el lateral derecho
de mi cuerpo notando un grueso vendaje que acompañaba a aquel insoportable
dolor.
Alargué
la mano para alcanzar el mando de aviso a las enfermeras pero no puede cogerlo.
Me dolía todo el cuerpo. Uno de mis brazos estaba atado a un lateral de la cama
lleno de cables y apósitos que me conectaban
a una máquina. ¿Qué era todo aquello?.
De
repente, entró alguien en la pequeña habitación en la que estaba solo. Era una
enfermera de avanzada edad. Gruesa y gesticulosa. Su cara se desprendía de un
ceño fruncido en el cual se encerraban dos ojos apenas abiertos. Una boca
pequeña y de finos labios, comenzó a emitir palabras sin sentido en tono
militar.
No
hablaba mi idioma. No entendí nada de lo que dijo pero sus gestos parecían
ordenar que me colocase al extremo de la cama.
Arrastraba
un carrito metálico lleno de frascos chorreteados de tinturas diferentes.
Gasas, tijeras y otros materiales de curas se amontonaban unos sobre otros descocadamente.
Sentí
su fría mano en aquella parte dolorida que aparecía inflamada. De un tirón,
rasgó los vendajes con los que se cubría la herida. Grité profundamente a lo
que ella respondió con una orden contundente mientras movía su mano izquierda.
No
dije nada a partir de entonces. Me limité a morder las sábanas que apenas
llegaban a cubrirme el pecho. Ella procedió a curar aquella herida que me
escocía tanto.
Sin
demasiado cuidado untaba la piel de arriba abajo con algún líquido de olor
fuerte y ácido. Cada vez que frotaba aquel hisopo contra ella, algo raspaba produciéndome
un dolor insoportable.
Comprendí
que era una larga abertura. Me habían operado.
Comencé
a recordar aquel oscuro sótano y la forma en la que aquel matrimonio siniestro
me había tratado. ¿Serían ellos los responsables del accidente?¿Era en realidad
un accidente lo que me tenía postrado en esa habitación? ¿Qué me había
sucedido?.
(…)
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