Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 10 de enero de 2016

VIAJE A ÍTACA (Relato del domingo)



DOMINGO ANTERIOR

.-¡Valeria!, la estaba buscando. Hay mucha gente aquí. ¿Dónde se había metido?.- La mujer de ojos claros sintió un inmenso alivio. Estaba allí. 

.- ¡Qué alegría!, tampoco yo pude encontrarle.

.- ¿Me permitirá acompañarla a su destino?, aunque tal vez sea mejor idea descansar un rato frente a un café.

.-¡ Oh sí!, gracias. Es una excelente idea.- Steve volvía a ser él. Casi había olvidado el motivo que le había llevado a realizar aquel viaje. Tanto le gustaba tener frente a él una nueva posibilidad de vencer la resistencia ante una mujer que se sentía nuevamente un depredador acosando a su pieza.

Sonó su móvil. No era la llamada que esperaba. No conocía el número. Dudó en cogerlo. Aquella línea no la conocía nadie salvo Owen. (…)

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DOMINGO 10_01_2016-01-09

 Relato del Domingo (El teléfono de Owen)

Después de breves instantes, descolgó el teléfono.
.-¿Owen?. ¿Estás ahí?
.- ¿Quién es al otro lado?. Alguien acaba de perder su móvil y solamente tiene este número marcado en la entrada de llamadas.- En ese momento, Steve comprendió la gravedad de aquel suceso. ¿Qué habría ocurrido?. De cualquier forma, Owen no tenía el teléfono y la posibilidad de utilizar el código asci estaba en peligro.

.-¿Está ahí?.- preguntó la misma voz que había iniciado la llamada. Probablemente Steve permaneció un largo rato absorto en sus pensamientos; lo suficiente como para que su interlocutor dudase.

.-Sí perdón. El teléfono es de un amigo mío. ¿Cómo puedo recuperarlo?.

.-Lo he encontrado en un antiguo café de la parte baja de la ciudad.

.-¿Dónde podemos vernos?. Es muy amable al llamar. Mi amigo le estará muy agradecido.

.-Le volveré a llamar. Antes tengo que hacer algunas gestiones y diciendo esto colgó- Steve sintió un calor asfixiante que recorrió todo su cuerpo. Había tenido allí mismo a la persona que tenía en su poder el móvil de Owen y sin embargo se le había escurrido entre las manos.

.-¡No cuelgue! Oiga! Por favor!...-Irremediablemente había decidido concluir la conversación. Tenía que recuperar aquel móvil y saber que había sucedido a su amigo.

Valeria advirtió la preocupación de su acompañante, que ahora permanecía en silencio.

.-¿Sucede algo importante?.

.-Sí, tal vez muy importante.- Ella supo en aquel instante que su vida iba a estar ligada a él. Sentía que algo grave pasaba y estaba dispuesta a involucrarse en ello. 

Tampoco sabía de dónde nacía aquel interés por un desconocido tan singular. No quería perder el contacto con él o nunca más volvería a verle.

.-Podríamos ir a un pequeño café que hay a la salida del aeropuerto. Si lo desea puede contarme qué es lo que sucede.-

.-Vayamos. Antes me gustaría conocer otros aspectos de usted. Lo mío puede esperar.-

De nuevo mentía. Owen estaba en peligro, pero su devorador deseo de conocer a aquella mujer superaba cualquier incertidumbre acerca de su amigo. Era tal el irrefrenable y desatado instinto de seducción que replegaba a un segundo plano la preocupación por lo que acababa de descubrir.

 Swa caminaba rápido. Estaba muy preocupada. Conocía el valor de aquel teléfono y sobre todo, sabía lo que suponía para su querido Owen. Tenía que encontrarlo.
Adelantaba la calle avanzando a pasos rápidos que de vez en cuando se transformaban en carrera. Entró acalorada al café y con gran inmediatez preguntó a uno de los camareros que recogían las mesas más cercanas a la puerta. Éste le indicó con presteza la dirección que había tomado un hombre delgado, de mediana edad, al que había visto recoger un móvil del suelo e ir hablando con él. 

Sin agradecer aquel gesto siquiera, Swa corrió calle abajo en busca de él. A lo lejos caminaba, con paso acelerado, un hombre similar al que le habían descrito.
.-¡Eh!, por favor…usted!, por favor no corra. El teléfono…-Swa le vio doblar una esquina. Apenas podía correr más. Sofocada y sudorosa empezó a transitar aquella calle con todas las fuerzas que pudo reunir. 

Solamente visualizó cómo la falda del abrigo del misterioso sujeto rozaba el quicio de un portón de una casa solariega.

Tenía que recuperar aquel teléfono. No entendía por qué aquel hombre huía de ella. Llegó extenuada al lugar donde por última vez había visto la figura resbaladiza del desconocido. Se apoyó en la pared de piedra que enmarcaba la entrada. 

Respiraba fatigosamente. Observó que no había timbres. Sin embargo, ante ella se alzaba un edificio rústico con varios balcones de amplio alzado.

 Miró hacia arriba y observó que solamente había luz en dos de ellos. No sabía cómo pasar. Se apoyó en la puerta con el rostro entre las manos para secar las lágrimas que empezaban a caer a borbotones rodando a través de él.

De pronto, la puerta comenzó a deslizarse suavemente invitándola a pasar; tal vez para descubrir la verdad o posiblemente para no volver a salir de allí. (…)


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