Había una vez una rana que quería
ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían qué buena Rana, que parecía Pollo.
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¡Ser
auténticos!...uno empieza su vida con estas ganas. Empieza siendo transparente.
Dándose a los demás sin pensar lo que los otros puedan hacer con los pedazos de
corazón que se van dejando.
Posiblemente
más tarde nos ponemos un caparazón porque comenzamos a entender que ni todos
son como pensamos, ni todos piensan como nosotros.
Por
último, cuando uno logra entender que dar gusto a los demás solo sirve para
perderse a uno mismo, volvemos al caminar hacia la autenticidad.
Cada vez nos importa menos lo que opinen los
que nos observan. Cada vez, hacemos menos caso de convencionalismos y críticas.
Cada vez actuamos más desde y con el corazón porque acabamos comprendiendo que no
hay otro camino que el que nos lleva hacia lo mejor de nosotros mismos. Y ese
está muy bien definido. Elegir siempre lo que nos haga sentir bien.
Coherentes
con nosotros mismos. Centrados en lo que está de acuerdo con nuestras
convicciones.
Que
el espejo y tú seáis lo mismo.
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