Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 6 de junio de 2011

La única felicidad duradera

El verdadero objetivo de la vida es ser feliz. No a cualquier precio, no de cualquier forma, pero sí intentar serlo siempre en el " aqui" y en el "ahora". La felicidad es un estado. No es un regalo, no es una adquisición, no es un objeto de compra venta, ni siquiera te la traen de fuera...es una forma de permanecer alejado de la rabia, la ira, la negatividad o la agresión. Es una forma de lograr el equilibrio interior. Una manera de estar y permanecer en el sosiego grato, en la sensación de estar bien contigo mismo y sobre todo, en la decisión de no estar mal con nadie. No podemos dejar la felicidad en manos de otro. No podemos darle la llave de nuestro tesoro, porque sea quien sea actuará siguiendo criterios propios, motivaciones personales e intereses concretos que pueden no rozarnos siquiera. La felicidad debe ser nuestra y llegar a nosotros del impulso interno de quererlo así y de disponer todos los recursos de nuestra mente y nuestra conciencia en función de este logro. Quiero ser feliz o lo que es lo mismo, estar bien conmigo y en paz con todo, desde el decidido deseo de conseguirlo y con la seguridad de que si es algo que depende de mi voy a lograrlo.
No hay que confundir felicidad con pasión, ni con alegría, ni con bullicio y diversión, aunque estos sean componentes que la adornen. La felicidad es otra cosa. Y lo es en cuanto que ella misma se basta para continuarse y todo puede ser objeto de su goce. Está en lo sencillo del día a día, en la comprensión de lo valiosos que somos, en la clarividencia de lo afortunados que debemos sentirnos por estar en la vida y disfrutar de todas las sensaciones que esta nos permite. La felicidad es de construcción propia. Ningún otro debe intervenir en el edificio sino es para adornarlo. Los arquitectos, los únicos coordinadores del proyecto...somos y seremos siempre nosotros mismos.Por eso a nadie debemos culpar de arrebatárnosla y si alguien debe redir cuentas llamemos a nuestra conciencia para que responda.

domingo, 5 de junio de 2011

Cambio, adaptación o mejora

Desde hace mucho tiempo, siempre he mantenido que "nadie cambia". Me he empeñado en reafirmar, a través de mis vivencias, que efectivamente hay unas estructuras de comportamiento encriptadas en nuestra forma de actuar, tal vez desde la infancia, que son inamovibles. El modo en el que captamos la realidad y respondemos a ella...es basicamente el mismo desde que somos pequeños. Incorporamos elementos que hemos aprendido a integrar en la conducta para gestionar mejor nuestra vida. Nos adaptamos a las circunstancias, nos aferramos a aquellos pilares que nos mantienen en equilibrio y permitimos la entrada de nuevas formas de relacionarnos con la gente y con el mundo si antes nos han demostrado que nos ayudan a estar mejor.
Posiblemente, uno de los aspectos más dificultosos en esta adaptación paulatina al mundo que nos ha tocado vivir, es sin duda la confianza en los otros. Y sobre todo, la confianza en los que amamos. Porque los mayores dolores que podemos padecer son los que nos llegan de los afectos maltrechos, de aquellos que debiéndose portar bien con nosotros siguen sus propias reglas de intereses y nos causan dolor.
Nadie cambiamos...porque en el fondo reconocemos como auténtico lo que nos han enseñado desde pequeños o aquello que hemos visto u oído. E incluso, aquello que ha faltado en el calor de nuestro crecimiento, también ha marcado a fuego su impronta en nuestro carácter. Es imposible volver al pasado e intervenir en lo que determinó nuestra forma de ser. Solamente tenemos la opción de adaptarnos a lo que vivimos y si es posible...mejorar lo que somos.

jueves, 2 de junio de 2011

Cerrando los ojos

La prisa, la falta de tiempo, el correr de un lado a otro...continuamente... es un signo más de la modernidad que nos ha tocado vivir. Muchas veces, en ese desaforado ir y venir, concedemos a cada cosa, a cada persona su porción de tiempo pero olvidamos dedicarnos un periodo a nosotros mismos. Ese olvido, que se ha convertido en cotidiano, parece no tener importancia porque cada vez notamos menos su ausencia cuando las necesidades de los demás se hacen exclusivamente nuestras. Dejamos de lado aquello que afecta directamente a nuestra persona por atender las urgencias del resto y en ello, nos sentimos agusto por creer que nos necesitan y que de este modo estamos conquistando el amor de los que así dependen de nuestros cuidados. Nos equivocamos en varios aspectos. Por un lado, el amor, el afecto, el cariño no está ligado directamente proporcional a la dependencia, aunque así nos parezca muchas veces. Los demás no nos quieren más si estamos en mayor medida a su servicio. A veces nos utilizan comodamente para cuestiones en las que deberían prescindir de nosotros tomando las riendas de sus propias responsabilidades. Y lo peor es cuando comenzamos a sentirnos mal si dejan de necesitarnos porque entendemos que eso manifiesta una falta de cariño. Nuevo error. Pero éste se hace más obvio cuando ni siquiera tenemos tiempo para nosotros mismos, cuando no dedicamos ni un sólo instante a cerrar los ojos y estar a solas con nuestro interior para observarnos desde dentro. Si no logramos pararnos a lo largo del día, ni dedicar unos instantes a repasar lo que sentimos, lo que temenos, lo que deseamos o por lo que debemos cambiar. De poco servirá la entrega a los demás porque la haremos desde un descontrolado desbordamiento que no ayuda ni a fijar los límites para los otros, ni a delimitar nuestro espacio con respecto a ellos. Hay que encontrar un lugar dentro de la casa, ese que más íntimo nos parezca, el que nos proporcione una mayor serenidad...cerrar los ojos...y comenzar a observarnos como si pudiésemos ponernos delante de nosotros mismos viendo a otro. Entonces podremos comenzar a decirnos lo que diríamos a los que amamos y podremos comenzar, también, a ayudarnos como lo hacemos con ellos.