Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 5 de julio de 2023

RELATO ( Parte III)

 

“ Pobrecilla, allí en tu tumba, más fría que el arroz con leche, que siempre estuvo frío, aunque no te lo dijese nunca". Cerró la puerta para no verlo más.  (Continuará parte II)

 

Las noches pasaban, unas tras otras, con Eladio tumbado boca arriba en la cama sin querer moverse del borde de su lado izquierdo para no rozar el espacio de la finada. Estar tan cerca del hueco de quien ya no iba a volver, le producía una extraña sensación de malestar. Parecía que le llamase para engullirlo hasta el mismo lugar incógnito que la retenía para siempre. De vez en cuando, miraba al crucifijo que Teodora había mandado colgar en la pared de enfrente, porque siempre decía que desde allí el Señor los vería mejor y no se olvidaría de cuidarlos de los peligros de la noche. 






Una de las madrugadas, que estaba enredado en estos pensamientos, oyó nítidamente, la voz de su mujer: “Nunca vas a misa y te vas a condenar”; como si fuese él mismo quien repartiese los rincones del cielo y del infierno y pudiese hacer algo por evitarlo. De repente, comprendió que  su mujer le estaba ayudando desde el más allá y que en esa ayuda estaba la solución a la apatía y desgana con la que se había instalado en la vida desde su fallecimiento.



Por la mañana temprano, después de la llamada de rigor de su hija, se arregló con esmero. Acudiría a esa misa salvadora que ella le había recomendado siempre y que ahora le hacía falta, aunque todavía ni él mismo sabía cuánta.

Había poca gente. Observó que la mayoría de los fieles eran mujeres, por no decir todas, salvo el indigente que pedía en la puerta, desde las primeras horas del día, por si la caridad andaba más sensible después del desayuno. Se había pasado todo el rato mirando a las feligresas que se colocaban distantes, unas de otras, como si quisiesen toda la gloria para ellas y no tuviesen demasiado espacio para acomodarla. No eran muy mayores, incluso alguna bastante más joven que él. Las miraba tratando de entender qué hacían allí a tales horas y preguntándose por qué no estaban preparando el desayuno a sus maridos o a sus hijos. Tal vez sería porque también estaban solas. No le disgustó esa semejanza que había encontrado a base de observarlas y comenzó a darse cuenta de que lo que más le agradaba de la misa era el desfile de las señoras delante de sus ojos del que no se perdía ningún detalle. ( Continuará…)

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