No me gusta
referirme a cualquier creencia en algo superior, como “Dios”. Creo que este
término tiene unas connotaciones muy peculiares que no abraza todo el mundo, ni
aún creyente. Por ello, prefiero aludir al “ser supremo”, a la “energía
universal”, a la “fuerza cósmica” o a cualquier otra expresión que toque la
espiritualidad más que la religión.
No obstante, el
relato que os dejo aquí alude a Dios. Entendámoslo como la energía emergente
emanadora de lo mejor nuestro.
¿Crees en las
señales?¿Algo intuyes cuando ves determinados objetos, nombres, números o
situaciones?...
Veamos…
“…Un hombre muy devoto
vivía en una casa algo alejada de una aldea. Llegada la época de las lluvias,
éstas aparecieron con una fuerza desacostumbrada. Al cabo de una semana de
llover sin parar, vio cómo algunos aldeanos con sus pertenencias se alejaban
del lugar pasando frente a su puerta.
-Vecino -le dijeron-,
dicen que todavía lloverá mucho más, y esta es una zona que puede inundarse
fácilmente. Sube a nuestro carro y nosotros te ayudaremos a cargar tus cosas.
-Gracias amigos
-contestó el hombre devoto-, pero no estoy preocupado. Dios me ayudará si llega
el caso. Y como acostumbraba, esa noche rezó, pidiendo a Dios que lo mantuviera
fuera de peligro.
Pero continuó
lloviendo dos semanas más. El agua ya había penetrado en su casa y le llegaba
hasta las rodillas. Los últimos habitantes de la aldea le gritaron desde sus
barcas al tiempo que remaban apresuradamente:
-Vecino, no te demores
ni un instante en venir con nosotros, no pierdas tiempo en recoger nada.
Las aguas amenazan con
subir aún más.
-Gracias, pero no os
preocupéis por mí. Marchad tranquilos, que Dios no me dejará desamparado,
seguro que mañana deja de llover -contestó desde el armario donde estaba
subido. Y esa noche la pasó rezando y pidiendo a Dios que no lo abandonara en
aquella situación, sin duda ya angustiosa.
Durante la semana
siguiente las aguas fueron subiendo indefectiblemente, de tal modo que nuestro
hombre terminó encaramado en el punto más alto del tejado. Aun así, no dejó de
rezar ni un instante solicitando la ayuda de Dios, confiando ciegamente en la
divina providencia. Estando en esta situación se acercó por allí un equipo de
salvación perfectamente pertrechado.
-Prepárese, que vamos
a salvarlo. Ha tenido suerte que pasásemos por aquí, las lluvias no amainan y
la situación es cada vez peor; pero no se preocupe, aquí estamos nosotros para
salvarle la vida -le gritó el jefe del equipo.
-Se equivoca, buen
hombre -contestó el devoto-, mi vida sólo está en manos de Dios y él no
permitirá que muera, seguro que mañana mismo deja de llover y, en unos días,
todo vuelve a la normalidad. Esto es una prueba que Dios me manda para probar
mi fe, pero yo confío en su infinita sabiduría.
Oído esto, aquellos
hombres decidieron dar media vuelta, pensando que no merecía la pena esforzarse
en ayudar a un loco que no quería salvarse.
Como continuó lloviendo,
el hombre devoto murió ahogado al día siguiente y su alma llegó ante la
presencia de Dios.
-Señor, estoy
frustrado, defraudado y desconcertado. ¿Por qué te negaste a socorrerme? Sabes
que recé sin parar pidiéndote que no me abandonaras. ¿Por qué lo hiciste?
-preguntaba aquel alma entre desconsolados sollozos. -Mi confianza en tu ayuda
era absoluta.
La voz de Dios sonó
como un trueno.
-¿Cómo que me negué a
ayudarte? Nadie tiene la culpa de que seas un completo idiota.
¿Quién crees que te
envió a los vecinos del carro, a los de las barcas y al equipo de salvamento?”…
Observemos a nuestro
alrededor. Hay muchos mensajes que ya te ayudan. No esperes algo más. Ya están
ahí.