Déjame contarte, despacito al oído,
Déjame decirte lo que sentí,
y lo que he sentido,
Déjame hablarte,
sin voz y con delirio.
Déjame soñarte,
atrevido.
Déjame dictarte versos
Con la mirada perdida
en lo mas lejano del olvido.
Y cuando entiendas lo que has perdido
Rogarás al cielo, a tu dios
y al demonio mismo,
Para convertirme en la musa
De cada pensamiento herido,
De cada palabra no dicha,
De cada juramento no cumplido.
Y entenderás que lo que no se cuenta
Es lo que de verdad, se ha vivido.
Aunque no sea evidente, aunque no lo queramos reconocer, aunque lo silenciemos, una y otra vez, todos estamos rotos por algún lado.
Ya hemos vivido lo suficiente para saber lo que es el dolor de una traición, los engaños, las mentiras, los errores involuntarios, las resbalones a favor de la persona equivocada y un sin fin de sucesos más que nos han rasgado el alma, modificado la mirada y transformado el sentimiento.
A veces, caemos en la tentación de pensar que lo que nos sucede a nosotros es algo único. Que nadie sufre tanto. Que todo lo que nos pasa es como si fuese dirigido por un hado fatal que pretendiese engullirnos y sacarnos de la vida normal. Pero no es así. Lo que nos asalta nos acontece en trocitos de nuestra vida puntuales; los mismos pedazos que otros viven en otro momento sin que nos demos cuenta.
Cada uno sufre lo suyo. Nadie puede sufrir por otro y por mucho que nos empeñemos en estar al lado del que tiene un profundo dolor, del tipo que sea, nunca seremos él/ella.
No es consuelo saber que todos estamos hechos de pedazos remendados, pero tal vez si lo sea comprender que la vida se vive desde la superación del sufrimiento, de su trascendencia, de ganar la batalla al decaimiento, de elegir con un segundo de valentía, el camino más conveniente aunque no sea el deseado.
Mira a tu alrededor. Detrás de las risas, por debajo de las miradas brillantes, por encima de los lujos aparentes, más allá del esplendor que suponemos de los demás…están también sus pedazos remendados.
Ni más ni menos como todos.
