El mundo helénico se rendía a la verdad a través del Oráculo de Delfos en el monte Parnaso. El dios Apolo, rodeado de ninfas y laureles, tocaba la lira en señal de júbilo mientras éstas cantaban en un idílico paraje sagrado en el que más tarde, las pitonisas contestaron a los requerimientos de adivinación de los ciudadanos durante mucho tiempo.
Siempre hemos tenido necesidad de saber. Una imperiosa inquietud por conocer el rumbo imprevisible de nuestro destino y un innegable deseo de intervenir con antelación en lo que éste nos depara.
En todas las épocas han existido personajes ligados a la adivinación que han sido consultados por pobres y ricos, por sabios e ignorantes. Nadie se escapa de esta batalla librada con el sino que nos mantiene en vilo mientras elucubramos los derroteros que llevará nuestra vida.
Nos gustaría poder ver, como si se tratase de una película, el recorrido que nos queda. Posiblemente, nos gustaría variarlo en algunos tramos, si fuese posible, pero sin duda, lo que de verdad nos llenaría de satisfacción es contar con el poder de manejar la fortuna que nos depara el resto de nuestra biografía.
Sin embargo, en todos nosotros hay un Oráculo de Delfos. En el centro de nuestro pecho. Brillando con fuerza para destacar su lugar. Esperando nuestras consultas. Abrigando nuestros miedos.
No tenemos que movernos de donde estamos. No hay que consultar a pitonisas y magos que alcancen respuestas que no son de ellos. No hay que ofrecer sacrificios que precedan la previsión. No hay que ejercitarse en rituales que propicien la consulta.
Nos basta con presentarnos frente al resplandor que emite y formular nuestras preguntas. El silencio y la intensidad del deseo de saber harán el resto.
El oráculo responderá en cualquier momento en el que dejemos salir las respuestas por las rendijas del corazón.
Todos podemos hacerlo. ¡Intentémoslo!!