Siempre llegan a mi mente,
golondrinas viejas que quieren anidar su final.
Revolotean sobre mis hombros
Colocan sus patas, delicadamente,
en el filo escarpado de mis manos,
Picotean, sin cesar, el frágil corazón devastado.
Y les pregunto por las ilusiones perdidas
Que se llevaron al despertar,
Y miro sus breves ojos azabache
Que ponen en mis labios
hilos de espuma ácida con sal de mar.
Les pregunto de nuevo si quieren pasar,
Y guardan silencio, como las tumbas y el altar.
Me acerco a la barandilla de tu bondad
Y allí, me dejo por ellas llevar.
Navegando lejos, poniendo rumbo
A los destinos perdidos de la infancia al soñar,
Así me dejan estar contigo,
En el mejor sueño que con los ojos abiertos,
Me regalan sin cesar.
Y pienso en el camino que me queda por andar,
En las penas que he de pasar,
En aquellas tristezas que se repetirán…
Y tú, con las tiernas caricias de tu alma en mi pesar,
Me indicas el camino más corto hacia la felicidad.
Vuelven las golondrinas,
En mi balcón,
Ahora ya,
sin nidos que colgar.