Ya estamos alejados de las antiguas amenazas sobre el cielo y el infierno que revoloteaban sobre nuestra conciencia, después del paso por la vida.
Nos hemos dado cuenta de que ambos están aquí. Posiblemente, nuestros abuelos y más atrás, pensaban en un cielo que premiaría las buenas acciones y en un infierno que castigaría las malas. Ahora sabemos que el cielo y el infierno los vivimos cada día, en la propia existencia. Sabemos, también, que el paso de uno a otro es a veces muy rápido; que llega uno sin merecerlo u otro sin esperarlo.
La vida es una sucesión de oportunidades para todo. Para ser feliz y para sumergirnos en los abismos más temidos. Pero esos contrastes son los que dan sentido a las experiencias, los que nos modelan y moldean de acuerdo a lo que necesitamos equilibrar en nuestro ser. En realidad, el organismo, el cerebro y hasta el alma precisan de una homeostasis a la que siempre tienden para, cíclicamente, revertir en un desequilibrio natural, en otro nuevo desorden que atiende a la ley de la entropía.
Así vamos esquinando lo que nos daña y tendiendo hacia lo que nos da bienestar. Por ello y debido a ese equilibrio y desequilibrio que gobierna la existencia, podemos estar seguros de que después de la tormenta viene la calma y viceversa.
Si estás en un mal momento, déjalo pasar porque pasará. Si por el contrario te encuentras en uno mejor, aprovéchalo porque también pasará.
Estos son nuestros momentos de cielo e infierno gozándolos o sufriéndoles en un mismo espacio y tiempo.
A veces, la elección es nuestra. Otras, la dispone el destino.
En cualquier caso, no lo olvides: Pasará.