En
realidad somos los que somos, cuando nadie nos ve. Cuando nos quedamos a solas
con nosotros mismos. Cuando no tenemos que reír para agradar o asentir para
convencer; cuando se acaban los brillos de momentos que llenan vacíos y nos
quedamos con ellos mirándolos de frente. Cuando somos el alma y no el cuerpo.
Muchas ocasiones nuestro cuerpo está
gozando, se divierte, parece que está experimentando lo bueno de la vida pero
muchas otras también, nuestra alma no es feliz. Hay algo que se escapa, algo
que no llena el hueco que existe, algo que supone tanto que anula lo anterior.
Todos tenemos personas, situaciones,
momentos, circunstancias en las que hemos actuado mirando solamente al
exterior, llenándonos de risas vacías, creyendo ser felices, determinando que
aquello es lo “nuestro”; pero todo eso es efímero. Los momentos pasan, las
personas también, las situaciones no son lo que pensamos y nos quedamos a solas
con la única verdad que nos importa aunque queramos cubrirla con un traje de
luces para acallarla.
Hay veces que es difícil o imposible
volver atrás. Pero siempre podemos hablar desde el alma a la otra alma con
absoluta limpieza…
Ayer aprendí esta especie de oración,
tratado o consenso para sanar conflictos con personas importantes en tu vida
por la felicidad y el dolor que te hubiesen producido.
“Yo, el Alma…te manifiesto a TI, el
Alma… que agradezco tu presencia en mi vida por lo que me enseñó de mi, por ser
un maestro/a de mis debilidades, mis puntos oscuros o mis equivocaciones; que
todo está bien en el punto en el que está, que te quiero y que suelto mis
ataduras de ti para que ambos seamos felices después de cumplir con la misión
que cada uno tuvimos con el otro”…
Puede servir para estar en paz. Para
sanar el dolor que proviene de las acciones del exterior, porque en esencia,
dentro, nadie es malo, solamente se está más o menos dormido, más o menos lejos
de ser consciente de lo importante.
Nada más.