Todos
podemos ponernos máscaras en diferentes ocasiones. Muchas veces por timidez,
otras por parecer algo diferente a lo que somos, otras por ocultar lo que somos
en un intento de defensa de nuestra integridad, pero la mayoría de las veces,
las máscaras ocultan personalidades manipulativas y transgresoras.
Os
dejo un breve cuento en el cual se pone de manifiesto lo importante que es
dejar el rostro al descubierto, que no quiere decir sin protección, sino libre
para sentir sobre él las bondades de la vida.
Las
máscaras, tarde o temprano se caen, se pierden, son robadas u olvidadas en algún
momento y entonces, a cara descubierta, comprobaremos que no es tan desastroso
para nosotros que vean cómo somos. Tal vez, seamos aceptados más de lo que
creemos.
Llevar
máscara solamente propicia el desencanto de los demás; porque algún día,
seguro, seremos descubiertos.
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…”Cuentan que en un tiempo y lugar inciertos, vivía
un hombre que creía ser feliz con sus siete máscaras. Una máscara para cada uno
de los siete días de la semana.
Cada mañana, cuando salía a trabajar, cubría y
(creía que) protegía su rostro con una máscara. Al regresar a casa, descubría
su rostro antes de acostarse. Era tal su convicción que ni siquiera sabía por
qué lo hacía, incluso para cada día festivo tenía caretas especiales.
Una noche, mientras dormía, un ladrón entró en su
casa y se llevó todas sus máscaras. Por la mañana, al darse cuenta del robo,
desesperó y se lanzó a buscar denodadamente.
Anduvo horas y días recorriendo, la ciudad,
buscando por los bajos fondos, denunciando a distintas autoridades… pero el
ladrón y sus máscaras no aparecían, de hecho no aparecieron nunca.
Un día, desesperado ya de tanto buscar, se dejó
caer en el suelo y lloró desconsoladamente, como cuando era niño. Una mujer que
pasaba por allí, se detuvo, le miró a los ojos y le preguntó:
– ¿Por qué lloras así?.
Nuestro protagonista, durante unos segundos quedó aturdido ante esa presencia. Sus ojos profundos le resultaban familiares y lejanos a la vez.
– Un ladrón me ha robado mi bien más preciado, mis
máscaras, y sin ellas mi rostro queda expuesto y tengo miedo, me siento débil y
vulnerable.
Ella le respondió:
– Consuélate, mírame bien, yo nunca llevé máscaras, tengo tu edad y vivo feliz.
Él la miró largamente, era una mujer de una belleza
profunda, le recordaba algo… pero no sabía qué.
Ella se inclinó, enjugó sus lágrimas y le dio un
beso en la mejilla. Por primera vez en su vida, aquel hombre, sintió la dulzura
de una caricia en su rostro.”
Véronique Tadjo