En
cuantas respuestas está la falacia. En cuántas queremos dar una imagen que no
es real. Cuántas recogen el dolor que se encierra en un “bien” acompañado de
una sonrisa.
Nos
preguntan por cortesía y con interés cómo estamos. ¡Y qué vamos a decir!.
Muchas veces tragándonos las lágrimas, mirando a otro lado cuando respondemos y
evitando que a través de la mirada salga a borbotones la pena que nos mata
dentro.
La
gente pregunta con la intención perdida. Hay una especie de tendencia general a
decir que todo nos va bien y que no pasa nada
y el que recoge el mensaje nos devuelve el mismo. Es como si el dolor
nos hiciese culpables de algo y tuviésemos que ocultarlo.
También es cierto que
sentimos un cierto temor a sacar nuestros sentimientos al sol y encontrarnos de
plano con la lluvia.
Me
llama la atención esa respuesta que contiene tanto detrás; tanto por decir,
tanto por expresar, tanto por pedir, tanto por entregar.
Cuando
preguntes a una persona cómo está, mírala a los ojos. Puede que ni siquiera te
encuentres con ellos lo que aún te indicará, en mayor medida, que debajo de ese
“bien” hay un “me muero por un abrazo”.
Lo
que hagas después de sentir su malestar queda para el mandato de tu corazón.
He
decidido no volver a decir “bien” si no es así. También es cierto que no se
puede ir contando penas a cualquiera que pregunte por cortesía, pero me siento
engañada por mi misma cuando lo digo y me siento mal cuando reconozco que
quiero encubrir las penas bajo apariencias bondadosas.
Si
no me encuentro bien, si me está matando la pena, si los problemas me ahogan…sustituiré
el “bien” por un “Bueno ahí estoy en el día a día”…otra forma de evasión quizás,
pero mucho más cercana a la realidad.