Lo que vamos perdiendo a lo largo del
camino, lo ganamos de otra forma. Nadie queremos ir diciendo adiós a lo que
amamos, a aquello a lo que nos hemos acostumbrado, a lo agradable y confortante,
a quien nos ha demostrado que le importamos y ni siquiera, a veces, a aquellas
situaciones que no estando a nuestro favor también son parte de nuestra vida.
Sin embargo, desde que pisamos en ella vamos despidiéndonos hasta del propio
tiempo.
No estamos preparados para las
despedidas y es lo que más hacemos a cada instante. No nos acostumbramos a
perder porque centramos nuestra atención en lo que se va y no en lo que llega.
De cualquier forma, a mí, que me gusta aprender, quiero siempre rescatar algo
positivo en lo que dejo atrás, lo sea o no.
Posiblemente pensar que aquello que nos
toca pasar está dispuesto para nosotros por nosotros mismos, no deja de ser una
autodefensa de lo más eficaz. Nuestro cerebro siempre está a favor de la
supervivencia y el corazón siempre en contra del desamor. Con ambas circunstancias
uno procura dejar, como depósito, en la memoria lo que impulsa a vivir.
Todo sirve. En una ocasión escuché
decir que todo el mundo era válido, hasta como mal ejemplo; al menos para poder
evitarlo.
Todo
sucede por algo…y para algo. Lo que dejamos atrás, lo que creemos perdido, no
lo está. Estoy segura que aquello que queremos olvidar, lo que nos ha hecho
daño, lo que nos hizo sufrir… mirado a través del tiempo, nos dejó su
enseñanza, nos bendijo con la sabiduría inmensa que deja tras de sí el dolor y
nos preparó para enfrentar lo siguiente.
No quisiéramos despegarnos nunca de lo
que amamos, ni acercarnos jamás a lo que va a ser un calvario. No nos gustaría
ir pasando por la vida sin dejar huella, sin
ser pensamiento de otros, ni memoria de muchos. Preferiríamos aprender
sin sufrir y estar dispuestos siempre para lo que venga sin haber tenido que
usar el escudo de la experiencia dolorosa. Pero la vida no funciona así. Ella
tiene sus propias reglas. Su manera de instalarnos en el mundo y su propia
dinámica para meternos o sacarnos de la vida de los demás.
Vamos despidiéndonos de todo, poco a
poco y hay que aprender a hacerlo. Posiblemente sea el aprendizaje más duro
pero tal vez el más generoso porque con ello estaremos dando alas a quienes se
van de nuestro lado y aceptando lo que queda junto a nosotros.