Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 31 de marzo de 2024

DOMINGOS LITERARIOS

 ANTERIORMENTE:

 

 

Me apresuré a coger el reloj de su agarrotada mano y me dirigí, sin demora a por unas tijeras que cortasen el cartón del paquete. Ya frente a él, comencé apresuradamente a rasgar la cinta que pegaba sus laterales. No pude, sino dar un grito ahogado a ver su contenido…

 

_______________________________

 




Entre los varios objetos que se amontonaban en su interior, reconocí rápidamente un anillo de oro con un emblema muy singular. Era de mi padre. Sin duda alguna, aquellas fauces de león ensangrentadas por la mordida de la presa, que se reflejaban en el sello de su cima, me recordaron de inmediato las reuniones que se celebraban en mi casa, en aquel mismo salón donde nos encontrábamos, hacía muchos años. 

 

Las imágenes nítidas pasaban en mi mente unas tras otras sin descanso. Recordaba como miraba detrás de las cortinas que dividían la entrada al salón del resto del largo pasillo que unía éste con mi habitación. El sonido suave de aquella música clásica de fondo, los sirvientes con guantes inmaculados preparados con bandejas de viandas que siempre me parecieron muy apetitosas, pero, sobre todo, recordaba a mi padre con la dignidad que le confería ser el gobernador de la ciudad y esa mirada suya penetrante e insidiosa con la que descubría mi presencia mientras colocaba su mano, portadora de aquel horrible anillo, sobre su poblado bigote en señal de reprimenda. 

 

Una de aquellas fiestas, habían dejado en mi uno de los recuerdos más amargos de mi vida.

 

Como otras veces, había oído el comienzo de la fiesta, pero esta vez me atreví a salir de mi habitación animada por las risas, la algarada y la música sin ser consciente de que nunca debí haber visto a mi padre en actitud muy cariñosa con otro hombre de mediana edad, que por entonces yo no conocía. Fue mi hermano quien tiró de mi pijama y me llevó de nuevo a mi cuarto casi arrastrándome contra la pared. Una vez dentro de la habitación, me tapó la boca fuertemente con su mano para decirme que no había visto nada, que olvidase lo que acababa de presenciar y que nunca dijese nada a nadie. Ni siquiera me atreví a contestar. Me limité a meterme bajo las sábanas, cubriéndome entera para que mis lágrimas, entrecortadas por los sollozos desconsolados que manaban desde lo más profundo de mi corazón, no se oyesen. Sin embargo, no había pasado mucho tiempo cuando alguien golpeaba la puerta de mi habitación bruscamente ...