A veces, las personas que están a tu alrededor no te acompañan; y no lo hacen porque no pueden. Ni el afecto, ni las buenas intenciones, ni el deseo explícito de hacerlo tienen resultado a la hora de sentirlos cerca.
La vida tiene una estructura sencilla pero su trama es compleja. No es lineal. Dos y dos no son cuatro en ella. Lo que parece que nace y crece con expectativas de éxito se rompe en el camino. En algún momento, las circunstancias comienzan a ponerte pruebas, y a veces muy duras, para examinar tu capacidad de resiliencia, tu voluntad, tu flexibilidad o tu forma compasiva de transitar por ellas.
Cuando estás inmersa/o en un problema que ha descolocado los pilares de tu vida, comienzas a aislarte. A sentirte irremediablemente sola/o porque es muy difícil que nadie sienta como tú lo que vives desde la ansiedad, la angustia o la desesperación.
La mejor noticia es que nunca estamos solos, te tienes a ti. Esto que parece un contrasentido por ser quien padece quien precisamente tiene el poder de sanarte, es la única opción cuando todo parece derrumbarse bajo tus pies.
Trabaja contigo, con tu esperanza, con tu mirada serena hacia el futuro, con la seguridad de que la vida recoloca siempre las piezas y, sobre todo, con la realidad de que nada es tan importante cuando dentro de unos años mires atrás y te sorprendas sufriendo por algo que dejó de tener relevancia hace mucho tiempo.
Estás contigo. Mímate, trátate bien, confía y sigue adelante.
