Este cuento ya le hemos visto alguna vez, sin embargo, encierra una verdad
en sí mismo que, aunque superada por el auge de la propia autoestima, muchas
mujeres se hacen aún eco de ello.
Se trata de la estima y el valor que los demás depositan en nosotros, pero
sobre todo de la fe y la confianza en nuestras posibilidades.
Efectivamente, poner nuestro valor en manos de otro es darle una llave que
abre demasiado. Pero también es cierto que nuestra fuerza, nuestra voluntad y
nuestro ánimo para mejorar está, en ocasiones, en demostrarle, al que cree en
nosotros, que podemos con el empeño.
Os dejo el texto para reflexionar sobre el tema.
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“Cuentan que dos marineros que iban navegando por los mares del sur,
desembarcaron en una preciosa isla para descansar.
Los habitantes de la isla les recibieron con gran entusiasmo y durante
varios días les agasajaron con fiestas.
Uno de los días, los marineros decidieron dar un paseo por la isla y se
encontraron con una muchacha que estaba lavando ropa en el río.
Uno de los marineros se acercó a ella y le preguntó: “¿Cómo te llamas?”
La muchacha no respondió. El marinero pensando que no le había escuchado le
volvió a preguntar: “¿Cuál es tu nombre?”.
La muchacha se giró y le dijo: “Lo siento no puedo hablar contigo sin estar
casada antes”.
” Entonces me casaré contigo”, le respondió el marinero.
El otro marinero le dijo: “¡Estás loco!””¡Apenas la conoces!” ” Además hay
otras muchachas mucho más bellas que ella”.
“Me casaré con ella”, le respondió el amigo “y espero que te quedes para mi
boda ya que yo ya no me marcharé”.
“Como tu quieras amigo”, le respondió el marinero.
Y así se dirigieron a hablar con el padre de la muchacha para pedirla en
matrimonio.
“Señor”, le dijo el marinero “deseo casarme con su hija”
El padre se mostró encantado y le dijo: “forastero si te quieres casar con
una de mis hijas tendrás que pagarme una dote de 9 vacas”. “¿con cuál de mis
hijas deseas casarte?”
“Quiero casarme con la muchacha que lavaba ropa en el río”, le respondió el
marinero.
Sorprendido ante la elección del marinero ya que sus otras hijas eran mucho
más hermosas, le dijo” en ese caso sólo tendrás que darme 3 vacas “.
El marinero le replicó, “Te pagaré las 9 vacas”.
Y así fue. El marinero se casó con la muchacha que lavaba ropa en el río y
su amigo se quedó a presenciar la boda para posteriormente zarpar de nuevo.
Pasado un tiempo el marinero volvió por la isla y decidió ir a visitar a su
amigo, Sentía curiosidad por saber cómo le iban las cosas y si seguía casado.
Al llegar a la isla, vio a un grupo de hombres y mujeres que iban cantando
y bailando. En el centro iba una mujer hermosísima con el cabello adornado con
unas flores.
Se detuvo para contemplar la imagen y ver la belleza de la mujer.
Al cabo de un rato encontró a su amigo.
Se saludaron con gran entusiasmo y el marinero le preguntó si seguía
“¡Por supuesto!”, le dijo él. ” De hecho te habrás cruzado con ella
de camino”.
El marinero no recordaba haberse cruzado con ella.
“Si”, le dijo el amigo. “Hoy es su cumpleaños y están celebrándolo”
¡Era la mujer que iba en el centro bailando!.
“¿Cómo es posible?”, le dijo el marinero. “Esa mujer no se parece en nada a
la muchacha que yo conocí”.
“Muy sencillo”, le contestó el amigo. “Me dijeron que valía 3 vacas y yo la
traté como si valiese 9 vacas”
Trata a un hombre como lo que es y
seguirá siendo como es; trátalo como puede y debe ser y se convertirá en lo que
puede y debe ser. Goethe