Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 17 de octubre de 2020

EL PODER DE LOS BUENOS DESEOS

 

Hay un arsenal dentro de nosotros que está esperándonos.

Esperando a que lleguemos con el corazón abierto para absorbe lo que necesitemos en cada ocasión.

Hay todo un inmenso océano para nosotros.

Lleno de buenos deseos y pensamientos puros.

La solución a nuestros problemas está en ello.

Nos retorcemos, nos vaciamos, nos constreñimos

Cuando lo que nos duele nos empuja fuera de nosotros.

 


 

La respuesta está dentro. Buscamos en lugares equivocados.

Deja tu mente en blanco. Deja que la inmensidad de tu alma

Lo disuelva y recibe el poder de los buenos deseos.

“Que todo esté bien.

Que que tu cuerpo esté bien.

Que la profundidad de tu alma esté bien.

Que aquellos que amas estén bien.

Que con los que tienes algo pendiente, estén bien.

Que los que ya no están, allá dónde habiten, estén bien.

Que la naturaleza, los animales… estén bien.”

Todo pasará. Todo se resolverá y una lluvia poderosa y refrescante llegará hasta nosotros para cubrir nuestros vacíos; nuestras desesperanzas.

Utiliza el poder de los buenos deseos para todos aquellos que conoces; para ti mismo, para los que no son afines a ti, incluso para los que ya no están contigo.

No hay  regalo mayor, ni tesoro mejor empleado.

Que esta reflexión te haga sentir bien y estimule tu deseo de compartirlo con el mundo.

Tejeremos una red invisible de deseos amorosos que salvará a muchos, por un momento, de la tristeza, de la amargura, del pasado necio que no se va.

Y reposaremos el alma en lo más blando del amor sincero.

Om Shanti.

jueves, 15 de octubre de 2020

CUANDO MÁS SE NECESITA LA LUZ

 

…”Nasrudin entró a una casa de té y declamó: «La luna es más útil que el sol».

- «¿Por qué»?.- le preguntaron.

.-«Porque por la noche todos nosotros necesitamos más luz.»  (Cuento Sufí).

 


 

 

          Efectivamente, la luz siempre es necesaria. La de fuera y la del interior. La del día y a veces mucho más, la que puede alumbrarnos en la noche porque la noche te obliga a quedarte a solas contigo mismo, a ponerte frente a ti y a descubrir lo que menos te gusta.

Aún cuando intentes engañarte durante todo el día y logres engañar al resto; la noche está entera para ti. Para abrir el telón y mostrarte lo que haces, lo que sientes y cómo lo sientes. Para poner de manifiesto lo que duele y hacer más evidente los vacíos auténticos de nuestro ser.

La noche necesita más la luz. La verdadera claridad del alma. La verdad transparente que no te atreves a aceptas ni delante de ti.  

En ella aflora lo que nadie ve. Lo que solamente tú sabes. Lo que constituye la parte más genuina de tu existencia.

A veces sentimos que no estamos bien por dentro, que hay frustración, irritabilidad, enquistamientos…que no nos dejan ver la luz. Todo se oscurece. Todo aparece en las sombras de la noche.

Por eso es necesaria la luna. Es preciso que nos roce con sus tenues rayos invisibles. Que alumbre nuestra esperanza. Que por un momento, nos deje ser nosotros mismos sin máscaras, sin tener que  reír sin ganas, sin aparentar estar en nuestro camino cuando anhelamos otro.

Todos arrastramos cargas en nuestras conciencias de expectativas insatisfechas, deseos eclipsados, decepciones insospechadas que en la noche emergen sin piedad.

Cerremos los ojos para ver. Miremos dentro para entender. Sintamos la luz para llegar a nuestra naturaleza verdadera. Aprendamos a observarnos sin distorsionar nada.

La noche y su oscuridad pueden ser, al fin y al cabo, nuestra máxima claridad.

La iluminación que solamente nosotros veremos. La que es solamente nuestra.

domingo, 11 de octubre de 2020

EL DESAPERCIBIDO DOLOR AJENO

 

Cuánto dolor pasa a nuestro lado y ni siquiera nos damos cuenta. Y si lo vemos es como si huyésemos de él, no sea que estando cerca se nos pegue algo.

La veíamos todos. Deambulando por la escalera, en los rellanos, intentando comenzar una conversación en la que desahogar sus penas y nosotros, cada uno, esquivábamos deprisa esas palabras que quedaban resonando detrás como un eco molesto del que solamente queríamos alejarnos.

 


 

Una historia común como la de tantos. Una felicidad envidiable, la de una familia que encajaba como un puzle en todas sus piezas.

Un marido solícito, atento a la mirada de ella, disponible siempre ante sus reclamos, motivador incansable de su felicidad.

Confieso que muchas veces sentí envidia; ese sentimiento que llega rápidamente a la pregunta…” y por qué no me sucede a mi”.

Las navidades eran pura luz en sus terrazas; y desde mi ventana llegaba a ver todos los manjares que disponían en ellas para que tuviesen un frío justo en el momento de ser consumidos. Y de nuevo pensaba en su gran suerte, en su inmensa dicha nunca ni por cercanía comparable a la mía.

          De pronto, el destino cambiaró el giro de sus vidas. El soporte de las inmensas satisfacciones de aquella casa, su marido, se desvanecía inesperadamente en pocos meses y con su muerte cambiarían las reglas del juego.

Aquella mujer a la que yo siempre miraba con admiración y deseos de que  ser ella, perdió absolutamente todo protagonismo y pasó a estar sola en un enorme y precioso piso que había dejado de ser el templo de la plena felicidad.

Sus hijos comenzaron a separarse lentamente en aras de ese proceso natural de desvinculamiento que todos sufrimos algún día, pero tal vez no era ese el momento.

Su mundo perfecto empezó a hundirse rápidamente y de aquellas tristezas inmensas llegaron las enfermedades incurables que acaban de terminar con su vida.

En mi mente surgen flashes, visiones de mi prisa siempre cordial, de sus ganas de contar no escuchadas o brevemente hecho, de su soledad arrastrada por el edificio sin que nadie recogiésemos sus lágrimas.

He aprendido una gran lección. No volveré a pasar junto al dolor ajeno sin detenerme un poco más, sin enviar buenos deseos y sentimientos puros, sin sostener la mirada de quien sufre en la mía con un remanso de paz; aunque sea por unos instantes.

Será un gran regalo que posiblemente retornará a mí en mis propias tristezas, algún día.