Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 11 de octubre de 2020

EL DESAPERCIBIDO DOLOR AJENO

 

Cuánto dolor pasa a nuestro lado y ni siquiera nos damos cuenta. Y si lo vemos es como si huyésemos de él, no sea que estando cerca se nos pegue algo.

La veíamos todos. Deambulando por la escalera, en los rellanos, intentando comenzar una conversación en la que desahogar sus penas y nosotros, cada uno, esquivábamos deprisa esas palabras que quedaban resonando detrás como un eco molesto del que solamente queríamos alejarnos.

 


 

Una historia común como la de tantos. Una felicidad envidiable, la de una familia que encajaba como un puzle en todas sus piezas.

Un marido solícito, atento a la mirada de ella, disponible siempre ante sus reclamos, motivador incansable de su felicidad.

Confieso que muchas veces sentí envidia; ese sentimiento que llega rápidamente a la pregunta…” y por qué no me sucede a mi”.

Las navidades eran pura luz en sus terrazas; y desde mi ventana llegaba a ver todos los manjares que disponían en ellas para que tuviesen un frío justo en el momento de ser consumidos. Y de nuevo pensaba en su gran suerte, en su inmensa dicha nunca ni por cercanía comparable a la mía.

          De pronto, el destino cambiaró el giro de sus vidas. El soporte de las inmensas satisfacciones de aquella casa, su marido, se desvanecía inesperadamente en pocos meses y con su muerte cambiarían las reglas del juego.

Aquella mujer a la que yo siempre miraba con admiración y deseos de que  ser ella, perdió absolutamente todo protagonismo y pasó a estar sola en un enorme y precioso piso que había dejado de ser el templo de la plena felicidad.

Sus hijos comenzaron a separarse lentamente en aras de ese proceso natural de desvinculamiento que todos sufrimos algún día, pero tal vez no era ese el momento.

Su mundo perfecto empezó a hundirse rápidamente y de aquellas tristezas inmensas llegaron las enfermedades incurables que acaban de terminar con su vida.

En mi mente surgen flashes, visiones de mi prisa siempre cordial, de sus ganas de contar no escuchadas o brevemente hecho, de su soledad arrastrada por el edificio sin que nadie recogiésemos sus lágrimas.

He aprendido una gran lección. No volveré a pasar junto al dolor ajeno sin detenerme un poco más, sin enviar buenos deseos y sentimientos puros, sin sostener la mirada de quien sufre en la mía con un remanso de paz; aunque sea por unos instantes.

Será un gran regalo que posiblemente retornará a mí en mis propias tristezas, algún día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario