Las preocupaciones son
una carga muy pesada. Las llevamos a cuestas, como una mochila llena de
piedras, y de vez en cuando añadimos una.
El resto de funciones
corporales, regidas por el cerebro, también se resienten y lo hacen más cuanto
más tiempo permanecemos con las preocupaciones en nuestra cabeza.
No hay nada tan grande
que no se aprenda a vivir con ello.
Las decepciones, las
pérdidas, los desencantos…no se olvidan. Se han vivido y ahí están, dentro de
nosotros, acompañándonos día a día. Pero van tomando nuestra forma, se van
suavizando y se amoldan a nuestro paso. Por eso, cuanto más tiempo pasa se
suavizan.
Sin embargo, si
añadimos problemas a nuestra espalda sin amoldar los anteriores, cada vez
pesarán más porque será más tiempo el que tengamos que sostenerlas.
Os dejo este breve
ejemplo.
“…En una sesión
grupal, la psicóloga en un momento dado levantó un vaso de agua.
- ¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas de los componentes del grupo variaron entre 200 y 250 gramos.
Pero la psicóloga respondió:
- El peso absoluto no es importante, sino el percibido, porque dependerá de cuánto tiempo sostengo el vaso: Si lo sostengo durante 1 minuto, no es problema. Si lo sostengo 1 hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará.
El vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve.
Después continuó diciendo:
- Las preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas en ellas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas sintiéndote paralizado e incapaz de hacer nada.
¡Acuérdate de soltar el vaso!”