Siempre me
ha intrigado lo que se esconde tras una infidelidad. El por qué se hace, el para
qué y que es lo que existe debajo de ella.
No entiendo
que la infidelidad responda solamente a al narcisismo imperdonable de algunas
personas, a la rutina mortal llevada al estado sumo de estupidez o al deseo permanentemente
insatisfecho de probarse a uno mismo en el camino de la seducción.
Serán muchas
las razones, tantas como personas diferentes lo ejerzan pero lo que tengo
absolutamente claro es que la infidelidad habría que matizarla.
¿Acaso no es
infidelidad el estado emocional de apasionamiento por otra persona aunque no
exista contacto físico?¿ La experiencia sexual es lo exclusivo de la
infidelidad?¿Cuándo somos infieles realmente se ama a la persona que está
ligada a nosotros?. ¿Se puede ser infiel y leal?. ¿Las personas que no son
infieles pero lo desearían, podría considerárselas como tales?. ¿La infidelidad
es un juego peligroso pero necesario para demostrarnos cuánto nos importan las
personas a las que decimos amar?...
Habría
infinitas cuestiones a las que responder. Lo que es cierto es que el amor puede
tener fecha de caducidad. Que no es lo mismo querer que amar y que, a veces, uno,
confunde el amor con la costumbre y el cariño con la rutina.
Ser infiel
siempre tiene un coste emocional aunque no sintamos nada por la persona con la
que lo somos. Lo tiene para nosotros mismos. Lo tiene porque nos sitúa en el
medio de dos aguas donde, tarde o temprano, tendremos que cuestionarnos si lo
que hacemos responde a una necesidad, a un vicio o a una carencia. Si en ello
se busca cariño, autoafirmación o prepotencia. Si nos sirve para mejorar algo o
si solo empeoramos a la larga. O si por el contrario, es la única forma de
resistir en un matrimonio que hace aguas por todos los sitios.
Algún día
escribiré un libro dedicado a ello.