Son
muchas las personas que están insatisfechas con su vida o las que se buscan
otros caminos para poder sobrellevarla.
Todo
esto es posible porque estamos en lo alto de la pirámide Maslow y no
necesitamos preocuparnos si dentro de un rato tendremos suficiente agua para
poder beber por la noche.
Leemos
libros de autoayuda, nos empeñamos en escuchar podcast dónde otra persona
parece que está describiendo nuestro caso, nos afanamos porque alguien nos dé
una solución que solamente está en nuestras manos o en la pregunta clave que ni
siquiera nos queremos plantear: ¿Qué estamos dispuestos a perder?.
Todo
cambio implica pérdidas, pero también ganancias. Uno teme perder su comodidad
incómoda o lo que creemos que es nuestra estabilidad dentro del desatino de
andar siempre en la cuerda floja.
Preferimos
quejarnos, buscar alternativas para combinarlas, salir para volver a entrar y un
sinfín de expresiones del malestar que nos hacen vivir en un continuo desear “otra”
cosa indefinida en la que ponemos nuestra supuesta felicidad perdida.
Pocos
son los que se atreven a perder lo que tienen. La falsa seguridad de creer que
todo seguirá igual y de que es mejor “lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Hay
que tener mucha valentía para tomar decisiones. Hay que, de verdad, querer el
cambio y hay que no tener miedo a las soledades intermedias que pueden hacerse
hueco a nuestro lado.
La
comodidad tiene un precio. A veces, una factura muy cara que pagar, pero a la
que estamos acostumbrados y por eso nos parece menos costosa. Sin embargo, la
tristeza se acumula dentro al igual que la necesidad de vivir otra vida, de
otra forma y con otras personas.
La imperiosa urgencia de reinventarnos.
En
ocasiones, estos ataques de pánico vital suceden cerca de la mitad de la vida.
Es como si viésemos que se nos escapa y deseásemos, más que nada, aprovecharla.
Identificamos
goce con felicidad y en esa similitud está la trampa.
Nunca
el goce puede ser continuo. Nunca puede darse sólo sin su contrario. Nunca
puede ser alcanzado sin períodos de serenidad que lo hagan valioso.
Con
el tiempo, vamos entendiendo que la felicidad tiene más que ver con la paz
interior que con los fuegos artificiales del exterior. Y sobre todo, vamos
asumiendo que es una responsabilidad única en la otros pueden acompañarnos pero
nunca ser los responsables de ella.
Todo
es cambio. Esa es la única verdad inexorable que se cumple siempre.
Ahora,
en este momento, ya eres otro/a diferente a cuando comenzaste a leer esta
reflexión. Por eso no podemos pedir cuentas a los demás porque la cuenta más
larga y onerosa es la nuestra.
Tomar
decisiones cuesta. Pretender que todo esté siempre igual es imposible. En el
medio quedamos nosotros a la deriva de nuestra poderosa voluntad para decidir
ser felices.