Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 17 de marzo de 2024

DOMINGOS LITERARIOS

 ANTERIORMENTE:

 

.-Mi querido Mario, hermano mío, mírame…soy yo, Sofía. Mírame bien, mírame…-Por un instante, sus ojos perdidos se llenaron de lágrimas. Comencé  a acariciar su frente mientras intenté darle besos diminutos y repetidos en el inicio de su pelo. Pareció calmarse, aún sin saber si realmente me había conocido o solamente se dejaba llevar por un instinto inconsciente de seguridad como un niño perdido en una mente vacía.

 

Con suavidad y sin dejar de acariciarle, baje mi mano hasta la suya para recuperar aquel trozo de papel que tal vez me daría la pista de lo que tanto nos había separado…

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.-¡Sofía!, ¡Sofía!...- repetía, una y otra vez. Posiblemente, escucharse a sí mismo decir mi nombre le hubiese despertado algún ápice de afecto, de aquel que me negó tantas veces.-¡Tienes que detenerlos!, van a matarme, ellos no saben dónde está….-Y diciendo esto, la mano que apretaba el denostado mensaje se desplomó vacía con un aviven rítmico paralela al brazo del sillón. 




El trozo ajado de papel cayó al suelo desapareciendo bajo la butaca que recogía su cuerpo. Cada vez parecía más difícil encajar aquel jeroglífico del que solamente tenía un pedazo. Intenté mover el asiento para recuperar lo que parecía parte de un trazado esquemático aún sin sentido para mí.


Mario había dejado de mirarme, sin embargo, muy lentamente y casi sin pulso, metió el reloj de bolsillo, que sostenía  en la otra mano, en una oquedad  de mi chaqueta de lana. En ese momento, comenzó a sonar el telefonillo que permitía abrir el portal. No sabía que hacer. Por unos instantes, dudé si coger aquel aparato y abrir la puerta. No debía ser nadie peligroso o de otro modo no emplearía ese sistema de acceso a la casa. Tal vez, algún conocido amigo que hubiese quedado con él. Sin más dilación cogí el teléfono amarillento que estaba pegado a la pared de la cocina.

 

Dejé hablar a la persona del otro lado del auricular.

.-¿Mario Grijosa?...

.-Sí, aquí es…-respondí al instante.


.-Abra por favor; un paquete.-Pulsé el botoncito diminuto que asomaba tímido en aquel rectángulo de plástico y salí rápidamente a la puerta para abrir al repartidor que subió, al instante, en el viejo ascensor que solamente debía recorrer un piso. Abrí la puerta y esperé fuera.


.-Mario Grijosa, ¿verdad?...

.-Sí…, yo puedo dárselo.

.-Firme aquí… me dijo, señalando a una pda ajada y pequeña, mientras sostenía un paquete de tamaño mediano con una etiqueta cuyo texto estaba en un extraño idioma que no reconocí.


.-¡Cuidado señora…es un paquete delicado!.- y diciendo esto, lo dejó en el suelo con suma consideración.



Extrañada, temerosa y estupefacta me quedé inmóvil mirando aquel misterioso paquete que yacía en el suelo esperándome…