Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 4 de julio de 2023

Relato (Parte II)

 

        Ahí sí que le apeteció llorar, pero llorar con lágrimas. Sabía que nada iba a ser igual. Su casa se había hecho inmensa de repente. Más oscura y, por supuesto, más fría.  (Continuará...)

Después de un par de minutos, que le parecieron una eternidad, despegó su cuerpo del de su hija iniciando el verdadero viaje hacia su nueva vida.

Enedina se secó las lágrimas que habían resbalado por sus mejillas en silencio. Se arregló el vestido negro, que casi le llegaba a los pies, e intentó colocarse el moño que había presidido la ceremonia funeraria como si de la mantilla de su madre se tratase. Así, desde lo alto de aquel pelo pajizo, se miró al espejo del recibidor donde se encontraban ambos. “Si quieres me quedo”. Eladio movió la cabeza una y otra vez con gesto compungido, pero firme. No hubo más palabras. Recogió el abrigo y el bolso y cerró la puerta tras de sí mientras dejaba paso a esa soledad que el viudo temía que le acompañase para siempre.




Su hija le había llenado el frigorífico con comidas de todo tipo. No cocinaba como Teodora pero, en un intento de que su falta no se notase, había incluido los platos y postres que le gustaban. Eladio lo abrió para cerciorarse de lo que más temía. Allí estaba el arroz con leche y canela por el que tantas veces había discutido con su mujer. “Falta azúcar y está caliente. No te sale como a mi madre”, solía repetirle siempre que ella lo ponía en la mesa esperando la reprimenda. Y ahora estaba allí, cara a cara con el bol, como si éste le culpase de todas las ocasiones en las que la había increpado sin razón. “Lo hacías bien, Teodora. Solo que lo hacías todo demasiado bien y a mí me molestaba que fueses tan perfecta”. Ahora se arrepentía de cómo, además, se lo había dicho. Comparándola con su difunta madre a la que ni siquiera le gustaba cocinar. Le embargó un sentimiento de culpabilidad que le retorció la barriga. “ Pobrecilla, allí en tu tumba, más fría que el arroz con leche, que siempre estuvo frío, aunque no te lo dijese nunca". Cerró la puerta para no verlo más. ( Continuará…)

 

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