Hay
personas que no valoran esta actitud, porque fueron muy poco cuidadas y de cuando
probablemente lo fueron no pueden acordarse.
Hay
personas que rechazan el cuidado, por desconocimiento, por ausencia de él;
tanto que les pone nervios@s que se les cuide.
Parece
una controversia que la más dulce de las sensaciones sea que alguien se acuerde
de ti, te cuide, se preocupe o seas una parte importante de su vida y por otra
parte, haya personas que se sientan incómodas con todo ello.
La
parte más definitoria de una persona es su niñez. De esos cimientos depende el adulto
que luego se presente en la vida.
Siempre
he mantenido que si tuviese alguna responsabilidad o algún poder en la política
educativa, sería esta etapa de la formación la que mimaría especialmente. A la
par, que durante este período también, implantaría una escuela de padres para
que lo esencial del proceso educativo fuese interconexionado.
Con
todo ello, no quiero decir que cuidar a otra persona sea agobiarla, no dejar
que crezca sin nuestra sombra, ni cortar sus alas.
Detalles,
gestos, cercanías invisibles, palabras tiernas en momentos justos,
complicidades infinitas, rincones especiales, aromas compartidos, silencios
llenos de mensajes…y muchas pinceladas más podríamos dar a la actitud de “cuidado”
hacia el otro.
Por
eso, la madre nunca se olvida porque ella nos cuida o nos cuidó
incondicionalmente de una forma imposible de imitar.
Sentirnos
objeto de cuidado de una persona de valor para nosotros es el mejor regalo que
pueden hacernos. Eso sí, si en esa persona está la semilla que se precisa para
que crezca la admiración por la ternura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario