Estamos
demasiado acostumbrados a la información que entra por los sentidos. Lo que
vemos, lo que escuchamos, lo que tocamos…pero a veces, estos no son la cara
real de lo que hay detrás.
Podemos
encontrarnos con situaciones y personas que parecen extraordinarias, con
momentos que se presentan exultantes, con sensaciones que entendemos únicas. Y
con ello, vamos formando nuestros juicios y categorizando los sentimientos.
“Esta
persona es estupenda, es sensible, es callada, es controlada, sabe escuchar,
decide con rapidez, protege”…y un sinfín de apariencias que van tejiendo la
historia sin entender que hay silencios llenos de historias paralelas que nos
asustaríamos si las conociésemos.
Me
inclino a dar importancia a los sentidos también; pero desde luego que hay que
saber ver, escuchar y advertir la información del lenguaje no verbal.
Lo
que comunica el cuerpo pocas veces es controlable por la voluntad para dirigir los
hechos por un lado u otro. Hay que unirlo todo y añadir la intuición. Ese
sentido ciego que tiene una poderosa visión. Esa sensación certera que cae siempre en la verdad, aunque
ésta quiera ocultarse. Esa poderosa facultad que está en cada uno de nosotros y
que hay que saber utilizar y dar crédito.
Lo
cierto es que la vida es una jungla humana; peor sin duda que la de los
animales. Hay que aprender y rápido. La empezamos creyendo en la bondad de la
gente, en que todo va a estar a nuestro favor y desconocemos que sucede todo lo
contrario.
Tenemos
que abrirnos camino, pelear contra los truenos y los rayos y lo que es más
complejo, lidiar con lo que parecen olorosas flores y son venenosas plantas carnívoras.
Ser
devorados es sencillo si no estamos alerta. De ahí que tengamos preparada la
intuición, dispuesta a integrar como válido cada aporte que nos haga y sobre
todo, disponible a cada instante para reinterpretar cada información que le pasen los sentidos.
Posiblemente,
si la usásemos más, lo veríamos todo más claro.
Comprenderlo alivia el sufrimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario