He pasado una mala
temporada. Muchos aprendizajes en ella, por lo que sin duda ha habido también
mucho sufrimiento.
Me he dado cuenta
que el tiempo, la distancia y la perspectiva lo cambian todo.
Lo que tiene mucha
importancia en un momento deja de tenerla más tarde. Porque somos otros, porque nos deja de doler o
nos deja de importar.
Sería estupendo
poder poner tiempo y tierra entre los problemas y nosotros. Nos ahorraríamos
muchas lágrimas, mucha angustia y mucho sufrimiento.
Al final, nada es
tan importante. Nada. Ni siquiera uno mismo. Porque…si dejamos correr la vida…¿qué
será ese gran problema dentro de tan sólo 50 años e incluso menos?...solo hay
que pensarlo antes de empezar como locos a sufrir.
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El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él
comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión.
Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del
maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a
su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la
intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del
Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo
sucedido permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó
afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
--¿No estás enfadado, señor?
--No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
--¿Por qué?
Y el Buda dijo:
--Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que
estaba allí cuando me fue arrojada.
Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar,
todo es perdonable.
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