¿Te
has sentido alguna vez encallado en la arena?. Inmóvil, sin disponibilidad de
acción, con el corazón en sequía y con la una absoluta necesidad de mojar los
labios para calmar la sed.
Posiblemente salir de ahí no sea tan
difícil. Tal vez, la mejor forma de comenzar a salir de esas arenas movedizas
sea dejar que la marea remueva las partículas diminutas y libere nuestras piernas de su presión.
Necesitamos pleamares que sacudan
nuestros alrededores. Aluviones de buenos augurios que pongan sonrisas en
nuestra boca, destellos de luces brillantes que nos permitan creer todavía en
un tiempo mejor.
La vida consiste en eso. En etapas, en
ciclos, en idas y venidas, en subidas y bajadas. Consiste en reír hoy y llorar
mañana. En beberte de golpe las emociones o en vomitar de inmediato los malos
tragos.
En todo ese proceso, mientras pasamos
por la existencia la vamos perdiendo. Minuto a minutos, segundo a segundo.
Crecer
es aprender a despedirse, como dice Risto. Y es que hay que crecer mucho para
que las despedidas no duelan más de lo necesario. Para que no se encallen en el
corazón y se hagan más profundas. Porque en realidad, hay ocasiones en que uno
nunca se logra despedir del todo porque no es posible. Y lo que debería ser
pasado sigue presente en el alma por siempre.
La
propia vida se encarga de enseñarnos a vivir sin lo que amamos pero
curiosamente ello nos acompaña a cada paso.
A
veces nos encontramos en la arena, anclados bajo el sol, esperando que el oasis
que divisamos se convierta en realidad.
Lo
mejor y lo peor de los deseos es que a veces se cumplen. Por eso no podeos
dejar de desear; en algunos momentos es lo único que nos queda.
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