Estamos acostumbrados a un ejercicio mental rapidísimo que
consiste en juzgar y sentenciar en un mismo acto, al que tenemos enfrente.
Pocas veces, nos observamos a nosotros y analizamos nuestra propia conducta.
Nos perdonamos con
facilidad y excusamos los defectos,
malos hábitos o coqueteos con el error que podamos llevar a cabo en
muchos momentos de nuestra vida. Sin embargo, para los demás somos implacables.
No nos cuesta nada opinar, con ello, lanzar juicios, sentencias y veredictos
que no nos gustarían recibir en caso contrario.
Estar en la piel
del otro es imposible. Por eso debe ser impensable tatar de juzgarlo. En
realidad, si lo pensamos bien, bastante tenemos con los tropiezos de nuestro
día a día y sobre todo, con caer una y otra vez en lo que tal vez recriminemos
a otros.
Os dejo este breve
cuento para reflexionar sobre el tema.
Los cuatro monjes
Cuatro monjes se retiraron a un monasterio, en la cima de
una alejada montaña, para llevar a cabo un entrenamiento espiritual intensivo.
Se establecieron en sus celdas y pidieron que nadie les
molestase a lo largo de los siete días de retiro. Se auto impusieron el voto de
silencio durante esas jornadas. Bajo ningún concepto despegarían los labios.
Un novicio les serviría esos días como asistente.
Llegó la primera noche y los cuatro monjes acudieron al santuario
a
meditar. El silencio era impresionante. Ardían vacilantes las
lamparillas de manteca de yak. Olía a incienso. Los monjes se sentaron en
meditación.
Transcurrieron dos
horas y de repente pareció que una de
las lamparillas iba a apagarse. Uno de los monjes, dirigiéndose al
asistente, dijo:
- Estate atento, muchachito, no vayas a dejar que la
lamparilla
se apague.
Entonces uno de los otros tres monjes le llamó la atención:
- No olvides que no hay que hablar durante siete días y
menos
en la sala de meditación.
Indignado, otro de los monjes - dijo:
- ¡Parece mentira! ¿No recordáis que habéis hecho voto de
silencio?
Entonces el cuarto monje miró recriminatoriamente a sus compañeros
y exclamó:
- ¡Qué lástima! Soy el único que observa el voto de
silencio.
Y es que no hay peor embuste que el del autoengaño. Es fácil que
vemos la paja en el ojo ajeno y no apreciamos la viga en el propio.
En el segundo parrafo falta un no : '' que no nos gustaria recibir en caso contrario ''. Aprovecho la oportunidad para expresar mi admiraciòn por tus escritos. Por favor màndame una foto tuya. jajajjaj
ResponderEliminarGracias por la apreciación, lo había visto desde el móvil que faltaba...me apresuro a corregirlo.
ResponderEliminar!Da gusto con unos lectores tan eficientes!!!.
Tus palabras me animan a seguir, me alegro que te guste lo que escribo.
Lo de la foto...¿no es más bonito imaginarme?.
Si es verdad, vemos los defectos en los demás y lo más importante es que nosotros siempre nos excusamos por nuestra conducta. Me gustan tus entradas. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias amiguita! es un placer coincidir en una reflexión tan simple y tan útil.
ResponderEliminarUn beso*