Juzgamos demasiado y no nos viene
bien. A veces uno debe protegerse contra sí mismo.
Nuestra historia personal siempre
está a la zaga para contrastar todo lo que nos sucede con los juicios a los que
fuimos sometidos. Aprendimos con ejemplos, con miradas, con palabras y
actitudes que hoy se rebelan cuando queremos poner cordura en la insana actitud
de criticar.
Es tan fuerte la impronta de lo
que vivimos en la niñez que apenas despegamos el vuelo por cuenta propia, sienten
nuestras alas el peso de lo aprendido. Enredados en tabús, reglas y normas
enquistadas en una conciencia lejana intentamos abrirnos paso en la maraña
social que nos espera.
Llegamos a la sociedad, vírgenes
de maldades; escasos de zancadillas e
incluso cortos de envidias pero poco a
poco vamos aprendiendo que si no sabemos sortear todo ello se nos tienen
reservadas desagradables sorpresas por parte de los más fuertes. Funcionamos a
impulsos y reaccionamos ante los ataques defensivamente para evitar el
sufrimiento.
Generalmente, aquellas personas
que mantienen una actitud prepotente con la vida suele encajar mal las críticas
pero sin embargo, acuden a ellas para seguir ejerciendo un liderazgo hecho a
base de trampas para el resto.
Criticar, juzgar o enjuiciar a los
demás nunca nos puede reportar la serenidad que muchos anhelamos. Nunca nos
dará la paz que construye, ni podrá tender puentes que acerquen, ni será capaz
de extender alfombras que den la bienvenida a los que tenemos cerca para
facilitar la vida de todos.
Poner nuestro granito de arena en
la apertura de caminos libres de críticas gratuitas, en nuestra relación con
los demás, es una de las mejores tareas que podemos comenzar. El premio no se
hará esperar. Un nuevo escenario donde todo fluya sin trabas y donde la compresión
dará paso a obtener de los demás lo mejor de sí mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario