Todos
estamos sometidos al efecto ilusión. Daniel Kahneman, en su libro “Pensar rápido,
pensar despacio” (premio Nobel de Economía), alude a este efecto del que nadie
nos libramos.
Establece
dos sistemas de pensamiento cerebral. El sistema 1 y el sistema 2. Para el S1
atribuye funciones automáticas más ligadas a nuestro instinto e intuición;
destrezas innatas que compartimos con los animales ( por eso se me ocurre
ubicarlo en el cerebro reptiliano, en la amígdala y en la zona límbica más
emotiva que racional; como al dos en el área prefrontal y el neocortex).
Nacemos
preparados para percibir el mundo que nos rodea, reconocer objetos, orientar la
atención, evitar pérdidas… (pág. 36).
El
S1 ha aprendido a realizar asociaciones entre las ideas y ha adquirido
habilidades como interpretar y entender matices en situaciones sociales. Pero
necesita del S2 al que se le atribuye la atención voluntaria, la
racionalización inquisitiva, la capacidad de cuestionar los automatismos y de
poner orden racional al impulsivo S1.
El
autor hace un exhaustivo y complejo
análisis sobre muchos aspectos que influyen en la elección, en la toma de decisiones
o en la inclinación a dirigir la oportunidad a nuestro favor.
Uno
de los aspectos que trata es el de la ilusión, tan gráficamente explicada con
el ejemplo de Müller_Lyer que aquí os dejo:
Efectivamente,
a simple vista, nuestro S1 nos engaña. Rápidamente, diríamos que la longitud
mayor se aloja en la segunda imagen de la flecha inversa, cuando en realidad
son iguales. Lo que nos indica que no podemos confiar en nuestras ilusiones
visuales. O sea, no podemos confiar en lo que vemos. ( pág. 284).
Este
ejemplo es inmejorable cuando se trata de las relaciones sociales, de selección
en el liderazgo o de toma de decisiones influenciadas por el sistema meramente
visual.
Las
personas respondemos con comportamientos de acercamiento o alejamiento al
placer o al displacer; al afecto o al rechazo; a lo cómodo o a lo difícil; a lo
conocido o a lo diferente.
Si
queremos que nuestro S1 no nos engañe, debemos recurrir a una selección en las
pautas de comportamiento del otro/a, a observar y no absorber, a cuestionar los
impulsos y a ralentizar los juicios. Porque es muy fácil equivocarse cuando la
emoción inunda la razón; al igual que es muy sencillo demonizar cuando la
opinión no se basa en los datos reales.
Recuerda las flechas. Son de idéntica longitud. Párate
a observar la realidad. Frena los impulsos automáticos al responder y emplea
los sesgos de la lógica aplicada a las acciones, a los datos, a las medidas.
Lo que pretendemos con esto es no confundirnos con lo
que vemos. Porque todos sabemos que a simple vista, uno se equivoca mucho.
Por eso mismo.
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