Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 19 de agosto de 2019

¿QUIÉN SE ATREVE A JUZGAR?



Ni nosotros mismos somos quienes para juzgar aún lo nuestro propio. La verdad tiene muchas aristas, muchos ángulos desde los cuales mirarla, muchos aspectos a considerar desde las situaciones diferentes desde la que la vivimos.

A veces, no consiste en buscar víctimas y verdugos; a veces es suficiente con retirarnos para no tener que sufrir, ni caer siempre en los mismos errores.



Somos hipercríticos con todo. No permitimos que los otros se equivoquen o permitimos demasiado las propias equivocaciones. Pero ante todo ello, lo más difícil es juzgar con equidad.

Tal vez sea mejor ahorrarnos la función de jueces y seguir nuestro camino dejando que las situaciones se resuelvan de forma natural.

La vida siempre equilibra. El tiempo es el mejor juez. El que te dará la clave para conocer si tus decisiones han sido acertadas o han sido un tremendo error.

No nos toca a nosotros valorarlo ahora.

En realidad, nos hemos tomado muchas oportunidades para enmendarnos, si han fracasado es porque no estamos en nuestro lugar.

Recoloquémonos. Encontremos de nuevo lo que de verdad conecta con nosotros y sea lo que sea, quedémonos ahí. Ese es nuestro sitio. Entonces no harán falta juicios; ni víctimas, ni agresores.

Veamos este breve relato:



“…Ocurrió una vez que en un pueblo murió de vejez el juez. Como tardaba en llegar el sustituto y los casos se acumulaban, los ciudadanos decidieron nombrar en el puesto interino a un convecino suyo a quien todos respetaban por su sabiduría y sentido de la justicia.
Al día siguiente le llegó el momento de presidir un juicio. Empezó hablando el fiscal, que, de un modo brillante y elocuente, convenció a todos los presentes sobre la culpabilidad del reo.
-¡Tiene razón el fiscal! -exclamó el improvisado juez.
-Señoría, aún debe oír al abogado -le recordó el secretario del juzgado.
Tomó entonces la palabra el abogado, que, en brillantísima exposición, también convenció a los presentes sobre la inocencia de su defendido.
-También tiene razón el abogado -dijo el Juez.
-¡Pero señoría! -volvió a intervenir el secretario-. ¡No es posible que tengan razón los dos!
-¡EI secretario tiene razón también! - Dicho lo cual, el juez dio por terminado el juicio.”


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