La
noche siempre es un tiempo diferente; tanto que realmente es como si viviésemos
dos vidas diferentes. Una real y despiertos; otra dormidos y reales.
Pasamos,
posiblemente, a otra dimensión. Vivimos en nuestros sueños, otro mundo, otras
experiencias, en realidad muy reales.
La
noche nos deja sin palabras, sumidos en el silencio, incrustados en nuestros
más oscuros pensamientos porque parece que se mimetizan con el color del cielo.
Entonces el alma se encoje y comienza a buscar respuestas y a pedir razones.
Todo
se ve peor de noche y no por falta de luz, sino por ausencia de claridad.
Hay
personas que no quieren dormir. Es como si cerrar los ojos nos introdujese en
la posibilidad de no volver a abrirlos. Se resisten a pasar la línea y quien la
pasa se despierta cada poco para comprobar que sigue existiendo.
Otras,
afrontan la noche con deleite porque es cuando se sumergen en el sueño de los
olvidos; en el mar de ondas serenas donde buscan evadirse como si de una
película se tratase.
Lo
mejor y lo peor, a veces, de los sueños, es recordarlos. En ocasiones, es tan
vivo el recuerdo que casi podemos tocar a las personas o a los sucesos que allí
aparecen. Nos aferramos a los que nos gustan y querríamos seguir dormidos;
repudiamos los que nos aterran y queremos despertar rápido.
En
la noche, estamos muy acompañados aunque estemos físicamente solos. No hay que
temer. No pasa nada. Deja tu mente en blanco, pinta un cielo azul, una pared
blanca o imagina aquello que más te guste; recréate en ello, visualízalo y
siente dentro de ti.
Deja
que llegue el día.
Otra
vez aquí; o allí o dónde sea, pero seremos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario