“Todos
tenemos secretos”, escuché al pasar a
una de mis alumnas diciéndoselo a otra. Me quedé pensativa. Posiblemente sea
cierto o si no lo es, algo hemos expuesto sin deber hacerlo.
Lo
mejor de la vida no puede contarse, la mayoría de las veces.
En otras
ocasiones, hemos sido protagonistas de hechos de los que no estamos
precisamente orgullosos y en algunas, hemos presenciado sucesos que afectan a
gente que amamos y no queremos perjudicarlos.
Secretos
que tendrían transcendencia de ser conocidos o que por otro lado, no aportarían
nada más que sufrimiento a los que implican.
¿Es
bueno tenerlos?. Lo que realmente es saludable es reservarnos una porción de
vida para nosotros; algo solo nuestro y de nuestra intimidad.
Un
ámbito en el que nadie entre y en el cual nos podamos perder sin que nos
encuentren.
En
muchas ocasiones, nuestro pecado es dar demasiada información gratuita.
Hablamos
demasiado.
Comentamos
lo que interesa y lo que no interesa decir.
Obsérvate.
Repasa mentalmente cómo actúas cuando encuentras a alguien o cuando saludas por la mañana a un
vecino o al portero del edificio de tu trabajo.
No
se trata de ser parco. No se trata de ser insensible y adusto. Se trata de no
regalar parte de intimidad que no interesa a nadie.
Es como exponerse desnudo a
las miradas ávidas de los demás y ser nosotros mismos los que nos quitamos la
ropa.
Debemos
cuidar la información que damos de nosotros. Es un regalo que no todo el mundo
merece.
Eso
sí, la comunicación es parte de la vida y somos vida en todas sus formas.
¡Comunícate!
¡ sé amable!, pero no regales intimidades por pequeñas que te parezcan.
Hazlo
con quien quieras, no con cualquiera.
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