El
autoengaño tiene una nefasta literatura. Lo primero que sentimos cuando leemos
la palabrita es la estupidez de padecerla. Cuando nos engañamos a nosotros
mismos solemos, en un principio, no ser conscientes. Uno actúa de una forma
determinada en la que se encuentra, cuando menos, cómodo y continúa hacia
delante sin prever las consecuencias.
La verdad es que el autoengaño tiene
dos caras opuestas. A veces nos regala bondades; otras amarguras.
Es fácil engañar a la mente. Hay muchos
trucos en los que somos expertos. La forma de razonar la dirigimos nosotros y,
cuando la situación lo requiere, reconducimos las sendas por donde debe
discurrir. Lo que ya no es tan fácil es engañar al corazón y por eso, después
de comprobar los resultados de nuestras decisiones, acabamos deslizándonos por
la cuerda floja que une sus bondades con sus maldades.
A veces, auto engañarnos nos deja tranquilos,
si las consecuencias de ello no nos perjudican sobremanera. Es una forma de
pasar por las dificultades, más liviana, de conseguir tranquilidad ante lo
inevitable que nos preserva de la locura o de desastres semejantes en nuestro
equilibrio. Otras, sin embargo, es el propio autoengaño el que nos deshace.
Calibrar
cuando es la ocasión idónea para cada tipo de autoengaño es todo un reto. Una
especie de juego peligroso en el que casi siempre salimos mal parados.
Uno
puede auto engañarse cuando ha sufrido una pérdida irreparable, cuando la
autoestima está en juego a la baja, cuando hay que confiar en uno mismo por
encima de la debilidad que sintamos; entonces sí. Los mensajes, en este caso,
que debemos imprimir en nuestro cerebro siempre han de ser positivos y a favor de
nuestra persona, por mal que se presente el estado interno y externo.
Este
es una especie de autoengaño bondadoso. Pero cuando corremos peligro verdadero
es cuando lo que tratamos de creer nos perjudica y nos sumerge en un fango cada
vez más profundo y farragoso. Entonces, mejor quitarnos la venda y abrir los
ojos…por mucho que moleste la luz que penetre, siempre será menos que el daño
que nos hace creer en quien o en lo que no es digno de nuestra confianza y
nuestro afecto.
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