La universalidad del fracaso es directamente proporcional a la universidad que crea a su paso. Todos fracasamos alguna vez…y aún muchas. De ese gusto amargo nace un sabor nuevo que cobrará cada vez más aroma hasta que logremos aprender lo que nos toca.
Es duro admitir que es realmente cuando fracasamos o cuando cometemos errores, cuando más aprendemos. En esos momentos nos hacemos expertos en la materia. De golpe se aprenden las lecciones que tanto nos han repetido. Caminando por sus sombras logramos ver de nuevo lo que parecía oculto para siempre. Por eso crea escuela y la perfecciona. Eleva la enseñanza a la categoría de pericia y termina siempre por convertirse en el profesor mejor escuchado y el más temido.
Cuando hemos fracasado entendemos inmediatamente que hemos de cambiar si no queremos repetir los dolores de las equivocaciones. Que el camino que hemos llevado no es el correcto y que nadie nos salvará, si no ponemos de nuestra parte para abrirnos derroteros diferentes.
Lo peor llega cuando creyéndonos peritos del fracaso queremos evitarlo para otros. Nunca se puede. Uno debe fracasar por sí mismo para saber el sabor de la derrota. No habrá enseñanza si tratamos de evitar las consecuencias del error. Tampoco habrá crecimiento si estamos siempre encima de nuestros protegidos para que nada les dañe.
Todos cometemos errores. Hemos de aprender lecciones, que a su vez no hemos de considerar como faltas. Sabemos que las lecciones se repiten hasta que se aprenden y que si no se aprenden, las lecciones fáciles pasan a ser difíciles.
Para saber que hemos superado los temas debemos advertir que nuestras actitudes cambian y poder sintir que algo se convierte en nuestro interior transformando nuestra apreciación de lo externo.
Los fracasos no dejan de ser oportunidades de cambio que pueden abrir las puertas a una transmutación insospechada que esperaba ser liberada y aceptada.
No se trata de bendecir el error, sino de aprovecharlo para construir sobre él. Lograr que los cimientos de nuestro futuro inmediato se asienten sobre el firme depósito de la voluntad y la entrega a lo que está por llegar.
Seremos arquitectos de nuestra vida cuando intervengamos en ella sin dejar que otros tomen nuestras decisiones, nuestra iniciativa y nuestro derecho a equivocarnos. En eso consiste la grandeza de ser únicos e irrepetibles. Seámoslo de verdad.