La mayoría de las veces no sabemos decir adiós. Separarte de lo que se ha hecho costumbre en tu vida te deja la sensación de una irremediable desprotección que nos aseguramos equivocadamente, en lo conocido. Las rutinas, los hábitos y la consigna de lo que uno ya sabe nos posiciona en un status de falsa seguridad que no queremos soltar.
El origen de todo se ello está en el absoluto temor a lo desconocido pero sobre todo al desconocimiento de nosotros mismos. No sabemos cómo reaccionaremos ante las situaciones de novedad que se nos presenten. Tememos no saber desenvolvernos con resolución. Estamos predispuestos a imaginar terribles peligros que nos podrán acosar y una absoluta falta de valentía para poder con ellos.
Posiblemente, un exceso de proteccionismo en la niñez nos haya hecho débiles. No hemos puesto a prueba nuestra capacidad de lucha, la resolución lógica y la habilidad mental que seguro se revelarán cuando la circunstancia lo requiera.
Hay que asumir retos, pequeños, cotidianos y permanentes día a día para descender de esa situación y posicionarnos frente a la valía que tenemos.
Tal vez, estamos acostumbrados a situaciones que no nos gustan pero hemos desarrollado escudos protectores poderosos que nos mantienen al abrigo del dolor o al menos, lo parece.
La dependencia, el apego, la ligazón extrema a la comodidad que uno tiene y al control, que a lo largo del tiempo, dificultosamente hemos conseguido de las situaciones te confiere la tranquilidad de haberte ganado una posición que prefieres mantener ante la potencial repetición de las dificultades de tu vida.
Deberíamos permitirnos la libertad de probar situaciones novedosas en las que nos demostrásemos que somos capaces de salir airosos ante cualquier eventualidad porque de hecho, en nuestro mundo, ya lo hemos hecho.
Nos falta creer en nosotros mismos y en la favorable disposición del universo hacia nuestra persona.
El futuro está lleno de oportunidades de ser felices pero nunca lo sabremos si no logramos salir a su encuentro.