Cuando la vida discurre por los años que te avanzan, descubres, como un niño que abre sus ojos al mundo nuevo que lo acoge, que necesitas encontrarte cuando te pierdes. Entiendes, que cuando el camino se acaba y la pared negra de tus días oscuros te aplasta, necesitas espacios llenos de ti y de nada más.
Hay que hacerse “huecos” entre el sucederse de la vida diaria. Lugares y puntos de encuentro con lo más genuino de nuestro ser. Apartados de todo y de todos, pero junto a ellos.
No es necesario que vayas a un rincón especial a meditar, como imaginas. No es preciso que te alejes para quedarte sólo; ni siquiera es conveniente que pases de la actividad a la calma por ver si te sosiegas. Hay que aprender un método, una herramienta que te mantenga dentro, estando fuera.
¡Tantas veces no conectamos con la persona que tenemos enfrente, tantas la rechazamos, tantas vemos que no encajamos en las situaciones que tenemos que vivir…tantas necesitamos soñar para poder con la realidad!.
Acostúmbrate a crear espacios dentro de ti aunque estés entre la multitud, aunque te hablen de frente, aunque te involucren de cara. Aíslate por unos instantes. Míralos con tus ojos vacíos de palabras y llenos de ti. Aíslate en tus adentros y que nadie lo note.
Tu solo tú, contigo. Si estás en un momento o situación amarga visualiza algo magnífico o simplemente piensa que ahí dentro está la calma, está la paz de estar a solas contigo mismo y nadie, pero nadie, puede violar ese espacio ni contaminarlo.
Vuelve tu mirada al cielo y sella tu boca con la dulzura de saber que las respuestas siempre son más simples, que la vida siempre es más sencilla, que el mundo, tu mundo, siempre será tu mejor refugio y ahí…hazte un “hueco” lleno de luz que te haga sentir la plenitud y la belleza que te acompañará siempre.