En
ocasiones las circunstancias nos desbordan, nos dejan sin palabras y no podemos
creer lo que nos pasa. Todo parece un terrible
drama del cual el protagonista eres tú; en el que todo está en tu contra
y donde los acontecimientos negativos te persiguen acumulándose uno tras otro.
A
veces poco se puede hacer, salvo esperar. Tener paciencia entonces supone un
valor lleno de gracia porque saber esperar significa tener calma, acomodar el
revuelo del espacio exterior y dar tiempo a que todo se calme.
Lo
más importante no es que se calmen las circunstancias, sino que nos calmemos
nosotros. No podemos tener la mente clara con la angustia devorándonos. No
podemos pensar con la confianza como materia prima si no estamos dispuestos a dar
tiempo al tiempo, a dejar pasar los minutos y las horas hasta que todo se
resuelva. Porque la verdad es que si nosotros no somos capaces de resolver, la
vida misma lo hará.
Una
de las frases decisivamente eficaces es la de “ Esto también pasará” porque
todo pasa, todo. Hasta que, incluso, el no ser se instale en el lugar que
ocupábamos, no entenderemos que todo es circunstancial, que lo que de verdad
perdura son los sentimientos, las emociones compartidas, los riesgos asumidos y
las vivencias protagonizadas en primera persona.
Efectivamente
es difícil tener calma cuando los avatares de la vida nos sacuden de un lado a
otro, pero solamente cuando se llaga al fondo se entiende que el único camino que
nos queda es el de ascenso.
Soy
un ser paciente. Espero, me tranquilizo, acallo mis angustias y mientras lo
hago…me llega la calma. Puedo pasar de un estado de absoluta desesperación a
otro donde nada me parece trascendente, donde relativizo y me sosiego, donde
veo desde arriba las situaciones y donde efectivamente, logro desengancharme de
todo aquello que no es mío, ni mi culpa, ni mi responsabilidad, ni mi
posibilidad y entonces…puedo cerrar los ojos y sentir que llegará la calma y
volverá a brillar un sol para mí.